EN MENOS DE OCHO líneas me responderás concluyendo algo importante: Leonardo da Vinci ¿era fifí o chairo?; ¿y Gandhi?, ¿y Benito Juárez?, ¿y Cleopatra?, ¿y Gengis Kan?, ¿y Sócrates?, ¿y Beethoven?, ¿y Miguel Hidalgo?; seguramente ya te diste cuenta que colocar en dos bandos opuestos a tales personas no sirve de nada, ahora sería deseable que el autor de tal inutilidad se dedicara a cosa de mejor provecho (aunque le estemos pagando, ni modo)…
CRUCÉ EL PASILLO en dirección al comedor y decidido a disfrutar lo que el aroma anunciaba: una deliciosa taza caliente de chocolate con leche, pero ¡no!, no había tal; de cualquier modo desayuné muy sabroso y me quedó la interrogación: ¿de dónde y cómo me llegó la seguridad de satisfacer mi antojo?; sin duda la ilusión, la experiencia, el deseo, la confusión, la memoria o ¡lo que sea!, pero la realidad inmediata y concreta fue otra; y me nutrí con fruta, nopales con huevo y café negro…
CON ALGO DE INGENUIDAD (y hasta con una perspicacia suspicaz, o con una suspicacia perspicaz, tú acomódale como te parezca) me puse a preguntar a diversas personitas, en el entendido de que no habría una respuesta químicamente pura ni 100% perfecta: ¿qué es la resurrección?, ¿en qué consiste lo que en el credo afirmas diciendo “espero la resurrección de los muertos”?…
LAS RESPUESTAS FUERON variopintas: desde quien no iba más allá de una revivificación o de una reanimación meramente corporal, hasta de quienes alambicaban ideas y conceptos sin aterrizar en algo específico y bien definido; yo acepto que nadie respondió concisa y directamente porque no son teólogos de oficio, ni catequistas profesionales, ni inquisidores trasnochados, ni han vivido y experimentado lo que yo pregunté (¡uf!, ¡sólo eso faltaba!)…
YO NO SÉ SI EL PAPA vaya a leer esta columna y precise y/o contradiga lo que aquí presento, pero lo hago a sabiendas que nuestro lenguaje -y con él todas las opiniones y disquisiciones teológicas- siempre se quedará corto al abordar lo substancial y conciso de nuestra fe (te recomiendo que te des una vuelta por 1Cor 13, 12); no obstante –tal como me sucedió con el chocolate- vamos barruntando y disfrutando el camino antes de llegar a la meta…
VOY A RETOMAR –al pie de la letra- el número 1026 del catecismo de la Iglesia católica, y por favor cancela de tu cabecita lo que huela a reloj o calendario, lo que tenga cara de lugar geográfico o de ambiente histórico, pues las verdades más profundas de nuestra fe siempre rebasarán lo concreto y rutinario de este mundo que pasa: “La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad; el cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él”…
YO MISMO ESTOY leyendo y releyendo las líneas anteriores, no porque estén obscuras o confusas, no porque lo ignore o sea de difícil asimilación; sucede que una verdad que atañe a la salvación nunca será suficientemente abarcada, siempre dará más y más contenido, conforme se va asimilando también se va extendiendo, parecería como lo que sucede con un piquete de mosquito: conforme te rascas te da más comezón…
SÉ CON TODA PRECISIÓN que la comparación de la roncha no es la más feliz, la más estética, ni la más saludable, pero estoy cierto que me has entendido; y volvamos al asunto hasta su meollo percatándonos que el número 1026 del catecismo no se habla de tiempos ni de lugares, y tampoco trata en directo de la “resurrección”, sino de la vida de los “bienaventurados”, así que retrocedamos un poco y te recomiendo los números 997 y siguientes, en particular el 1002, que también retomo a la letra con la finalidad de pescar su espíritu: “Si es verdad que Cristo nos resucitará en ‘el último día’, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo; en efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo”…
GRACIAS A LA FRUTA y a los nopalitos con huevo que me desayuné pude continuar toda la mañana (mi cuerpecito biológico me lo agradeció contento); y eso no quita que siga viendo dónde y cómo disfrutaré de un chocolatito espeso y sabroso en grata y vivificante compañía; y cuando se complete la “resurrección de los muertos” ya ni nopalitos ni chocolate podrán opacar ni distraer la total y plena vida humana en la presencia de Dios que nos ama, en donde ya no habrá necesidad ni de hacer negocio, ni de casarse, ni de nutrirse, ni de nada de lo que ahora disfruta y agradece nuestra carne mortal…
POR HOY TERMINO (aunque no he acabado) subrayando que tú y yo -¡y todos!, incluidos Gandhi, Cleopatra, Beethoven, Juárez y demás- estamos en un proceso (antes-después) que va de la muerte a la vida, de lo caduco a lo permanente, de lo pasajero a lo definitivo, del tiempo a la eternidad, de la tumba a la resurrección…
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