Ángelus Dominical

Angelus dominical: demos la bienvenida a Jesús

QUIERO DARLE A ESTA página (hoy 23 de diciembre) y a la siguiente (la del 30 de diciembre) una vinculación fraterna, casi gemelar, y un claro tono de despedida, así que hoy concluiré con un fastidioso “continuará” y retomaré el tema el domingo próximo…

DICHO LO ANTERIOR, recuerdo la canción del “Cielito Lindo”, y en particular la estrofa que puedes cantar en lo propio de tu hogar: “Dicen que no se sienten, Cielito Lindo, las despedidas; dile al que te lo cuente, Cielito Lindo, que se despida; ¡Ay, ay, ay, ay!, canta y no llores, porque cantando se alegran, Cielito Lindo, los corazones”…

PERO ANTES DE CANTAR “Las Golondrinas”, es urgente que demos la bienvenida a Jesús, mejor dicho: que nos demos la bienvenida ante Jesús, que si bien es muy cierto que Él vino y se hizo como uno de nosotros en lo más propio y profundo de la Virgen María, y en lo más propio y profundo de nuestra humanidad, es más correcto decir que nosotros llegamos hasta Él, el Hijo Eterno del Padre, el Verbo Engendrado antes de todos los siglos…

LUEGO DE LA VIRGEN María, a quien el ángel del Señor le anunció la voluntad divina, fue José el primero en recibir a Jesús, y la tal recepción no estuvo tan, tan, tan suavecita que digamos: ¡su primera reacción fue la de repudiar a su prometida y justamente porque el embarazo le era totalmente ajeno!…

ALLÁ EN GETSEMANÍ, Jesús sudó gotas de sangre, se enfrentó a la posibilidad “de echarse pa’tras”, como que su misión iba a “estar en chino” y lo más antojable era tomar otro rumbo; pero acá en Nazaret fue José el primero que pasó la noche como si la luz del Sol no le dejara dormir (¿por qué “sol” me salió con mayúscula?), como queriendo lavarse las manos (y José no tenía ningún pariente que se llamara Poncio), como adelantándose a Pedro para negar todo (“¡yo no sé de qué me hablas!”)…

QUE TOME NOTA de lo siguiente cualquier teólogo que esté leyendo estas líneas porque no la va a encontrar en otro lado: José de Nazaret asumió, cargó y vivió su propia cruz hecha con dos palos que parecen alternarse, pues el vertical está hundido en tierra y dirigido al cielo, y el horizontal parece abarcar a todos, a un lado y a otro, a los Dimas y Gestas, a los soldados y pueblo, Nicodemos y Arimateos, Juanes y Magdalenas, verdugos y fariseos, paganos e israelitas, ¡todos!; el calvario de José empezó 33 años antes que el de Jesús…

ESTOY EN SINTONÍA total y absoluta con José de Nazaret, que quiso salir corriendo y sin que nadie lo viera; pero Dios le habló “en sueños” –dice el Evangelio-, “en ideales” –me atrevo a traducir, y cuando los ideales son así de altos y dignos, pues bien vale apostar por ellos todo el pellejo, toda la vida de ida y vuelta, todo el esfuerzo y la emoción, todos los dineros y las capacidades, todo lo que tenga uno al alcance de su mano…

Y LO MUCHO QUE TENÍA José pues apenas era un burro y lo indispensable para aquel viaje hasta Belén; debía cumplir con el censo ordenado por Augusto y entonces ¡a tomar camino y despedirse!; lo que María y Jesús tenían bastaba para el viaje y para la vida: tenían a José, el varón justo, el hombre escogido por Dios para ser padre de Uno como Dios es Padre de Todos (¡esas mayúsculas están saliendo en automático!)…

LUEGO DE UNA CESUDA consideración, concluyo que a José no le gustaban las despedidas: suponen una ruptura y un cambio, nos espetan al rostro que todo se acaba, que por más que queramos ser sedentarios los genes de nómadas nos vuelven a hervir en los pies, nos ponen inquietos (las despedidas y el nomadismo), nos dejan en estado de “apúrate que ya me voy”, “córrele que se hace tarde”…

APRECIO A SAN JOSÉ –entre otras cosas– porque supo dejar con rapidez lo que debió quedarse atrás: de Nazaret se fue a Belén, de Belén –sin que pastores o magos de oriente insinuaran estacionarse- le corrió a Egipto, de Egipto –con todas las ofertas de empleo bien pagado que tenía- se volvió a Nazaret, de Nazaret a Jerusalén para el episodio que mejor hoy ignoraremos, y nuevamente de Nazaret se despidió hacia el cielo…

APUESTO DIEZ A UNA, que esa despedida tampoco le gustó: dejar a Jesús y María en este mundo no era compatible con la misión que había recibido, pero era necesario despedirse; estoy seguro que llegando al cielo lo primero que hizo fue reclamarle al Eterno Padre que primero se los daba en custodia y luego debía despedirse para dejarlos cumplir su propia misión…

EN EL NACIMIENTO que pusiste en tu casa seguro está san José de pie, discreto, calladito, sin hacerle ruido al Niño; así, casi en silencio, dale un saludo de mi parte y dile que tú no le darás la despedida, que siempre quedará en tu corazón, que siempre te acompañe, y dile que por ahora no terminamos de despedirnos, que CONTINUARÁ…

P. Eduardo Lozano

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P. Eduardo Lozano

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