AYER: La petición de los discípulos fue sencilla y profunda: Señor, enséñanos a orar. Y Jesús nos dejó una fórmula que compendia y culmina toda la buena y posible plegaria que podemos hacer. Por más que inventemos jamás lograremos algo tan completo y bello, tan necesario y conveniente. Hay que recordar que la oración –ante todo- es diálogo con Dios; por eso le llamamos “Padre” y pedimos su reino, por eso el pan que nos da no sólo es para el estómago (¡pidamos el pan de su Palabra!) y si no le pidiéramos perdón casi de nada nos serviría el pan material. Una sola de las invocaciones que rezamos domingo a domingo (haz la prueba) bastaría para que nuestra oración fuera completa.


HOY: A lo largo de los siglos hemos inventado otras oraciones -también bellas y adecuadas- para entablar el diálogo y la alabanza a Dios, a la Virgen María y a los santos. En ellas damos gracias, suplicamos y alabamos a nuestro Padre del cielo por su bondad. El Avemaría, el Cántico de las criaturas o la oración compuesta por Santo Tomás Moro, son ejemplo preciso y precioso de una buena oración. Pero también nos ha dado por deformar nuestra plegaria haciendo fórmulas que no pasan de ser un pliego petitorio para satisfacer nuestra necesidad. Es cierto: invocamos a los santos para encontrar objetos perdidos, conseguir buen trabajo o alejar a los malos vecinos. No es por ahí, pues devaluamos la oración hasta convertirla en moneda que compra favores según el gusto personal.


SIEMPRE : El diálogo con Dios (¡eso es la oración!) siempre es un tesoro y no hay que malgastarlo en banalidades. Es necesario revisar y volver a analizar las diversas fórmulas que luego repetimos empujados por la necesidad material, por la desesperación ante el problema o por lo fácil que resulta estirar la mano y solo pedir –y pedir y pedir- sin compromiso propio. Cuando hagas oración –lo enseñó Jesús con palabras y hechos- entra en lo íntimo de tu corazón y escucha a tu Padre Dios; Él sabe lo que hace falta y Él te dirá qué debes hacer. La mejor consecuencia de tu plegaria será que te atrevas a cumplir la voluntad de Dios.
P. Eduardo Lozano

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