DIOS ES LUZ y en el acontecimiento de la resurrección de Jesús se nos ha manifestado en toda su plenitud, en todo su esplendor, en su incomparable grandeza, incluso con mayor fuerza que en el acontecimiento de su nacimiento allá en Belén, donde la ternura es más espontánea y la gratitud brota ante la vida…
EN LOS BRAZOS MATERNALES de la Virgen María y con el cuidado y protección de José, Jesús se nos hace cercano y accesible, tanto que los pastores y los sabios venidos del Oriente llenaron su corazón con aquel cuadro que se repite en cada familia, de cada pueblo, en todo el mundo…
PERO LUEGO DEL ESCARNIO de la cruz, después de clavos y espinas, azotes y costado traspasado, nos cuesta aceptar y entender que quien fue depositado en el sepulcro ahora se presenta vivo y glorioso, en paz y sin pena ni dolor, sin sombra de muerte o destrucción…
QUIENES CREEMOS EN JESÚS tal vez tenemos un pecado atroz y permanente, un pecado que ya se nos hizo rutina y hasta adornamos de tradición: el pecado de afirmar la resurrección de Jesús sin dejarnos iluminar por la luz incomparable que brota de este misterio…
HAS DE PERDONAR estas palabras mías que pueden sonar a condena superficial y generalizada, pero no me explico de otro modo el hecho de que año tras año celebramos la Pascua de Resurrección, pero nuestras existencias concretas siguen atadas a una rutina devocional, a una celebración que no termina de proyectarse ante tantos que necesitan conocer y amar a Jesús y no llegan hasta Él porque nuestra fuerza es la de una chispita fugaz y no la de una Luz Inmarcesible, Inagotable, Trascendental…
TRAIGO A TU MEMORIA la figura de Tomás, a quien por siglos no le hemos perdonado su incredulidad y cuyas palabras siguen reflejando la actitud de tantos contemporáneos: Si no meto mi dedo en la llaga de su mano, y si no meto mi mano en la herida de su costado ¡no creeré!…
POR SUPUESTO QUE yo no estuve ahí, cuando el resto de los apóstoles le dijeron que habían visto al Señor; pero lo que desde hace mucho tiempo sigo pensando es que su afirmación no proyectaba la emoción y alegría de quien ha visto una luz del tamaño de Dios, no estaba cargada de la fuerza que les comunicó el Resucitado, y más bien ya los había desgastado una rutina fría y entonces su afirmación resultaba débil…
SI EN LAS PALABRAS y actitudes, en los rostros y alegría de sus compañeros Tomás hubiera visto un reflejo claro de la luz de Jesús resucitado, ciertamente hubiera dicho: Aunque no lo he visto y aunque no meta mi dedo en sus llagas, por lo que oigo y veo en ustedes no puedo dejar lugar a duda alguna, ¡les creo porque ustedes también están resucitados!…
NOS DUELE VER que la guerra o las enfermedades siguen cobrando una cuota terrible, nos cuestiona que la ambición y la prepotencia siguen pisoteando a tantos indefensos, nos escandaliza que tantos signos de muerte golpean nuestra civilización añejada bajo el signo de la cruz, pero no hemos sido capaces de seguir mostrando con mayor fuerza la luz que viene de Jesús Resucitado…
ES EVIDENTE EL SELLO de la fe en Jesús que ha marcado por siglos nuestro mundo y que se palpa en tantas construcciones llenas de belleza y esplendor (como catedrales, ermitas y templos esparcidos por doquier), también ahí está la acción de tantos bautizados que curan y atienden el dolor humano y la necesidad de marginados (hospitales, escuelas, asilos y tantos otros centros de ayuda y promoción humana), y no olvidemos que valores e ideales netamente cristianos han permeado leyes, costumbres, culturas, ¡y todo eso es reflejo de la luz de Jesús!…
QUIERO INSISTIR -no obstante lo que acabo de señalar- en que sigue siendo necesario e indispensable el testimonio cercano y cálido de quienes profesamos la fe en el Señor Resucitado, sin el cual el dato de la resurrección se sigue quedando en mero dato, como si de un recuerdo histórico se tratara y no de un acontecimiento que trasciende la historia y nos marcó hasta el tuétano de nuestra existencia…
HAY TANTOS HOMBRES y mujeres que sencillamente no terminan por abrazar la fe en Jesús y que desconfían de la acción de la Iglesia porque somos los bautizados los primeros en enfriar y esconder el esplendor y la gloria del Resucitado, es decir, nos quedamos como los primeros apóstoles que no terminaron por convencer a Tomás (y le seguimos tachando de incrédulo)…
TE CONFIESO AQUÍ -en lo discreto de estas páginas que desde tiempo también he desconfiado de una fe que se basa en la emoción y el atractivo con que solemos inflar y adornar el mensaje del Evangelio (y casi lo dejamos como si fuera show televisivo); y también dejo claro que no estoy en contra de esfuerzos que unos y otros hacemos para llegar a nuevas generaciones, pero al mismo tiempo constato que cualquier estructura o programa, cualquier esquema o proyecto se queda en mero celofán si no aportamos el verdadero regalo de llevar -en nosotros mismos- las huellas gloriosas de Jesús resucitado: si los “Tomases” de hoy tocaran nuestras heridas luminosas sin duda no sembrarían de dudas su camino hasta Jesús…
angelusdominical@yahoo.com.mx
El padre Eduardo Lozano es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.
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