Ángelus dominical: El centro de nuestra fe es la Resurrección de Jesús

EL INTERÉS Y ATENCIÓN hacia la naturaleza (entendida como el conjunto de seres animados e inanimados que constituye nuestro mundo, nuestro cosmos, y que no ha sido afectado por la mano del hombre) no es moda que haya iniciado hace unas décadas, más bien hay que decir que periódicamente se renueva dicho interés por diversas causas…

PENSEMOS EN Adán y Eva, cuyo entorno “natural” era total y pleno; pensemos en Noé y el arca que construyó para preservar a los animales ante el diluvio destructor; pensemos en Jesús que pasó 40 días en el “desierto”, es decir, en contacto inmediato y cercano con la naturaleza; pensemos en aquellos discursos “apocalípticos” en donde toda la naturaleza se verá trastocada y que causan pavor en los fanáticos de calamidades…

CUANDO INICIÓ LA VIDA monacal también se vivía un cierto retorno a “lo natural”; dígase algo parecido en el ambiente grecorromano antiguo y en el Renacimiento o en los siglos XVII y XVIII, cuando se lleva a una cierta exaltación de la “Madre Naturaleza” y se contrapone al progreso industrial y científico, tal exaltación influyó en la literatura y la pintura, en la música y la filosofía; más recientemente, movimientos como la Nueva Era (New Age) o el ecologismo han subrayado la importancia de “lo natural”…

PERO HOY YO QUIERO hablar –más bien- de lo sobrenatural que resulta lo que constituye el centro de nuestra fe: la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, porque cosas “naturales” las tendremos siempre con nosotros, y gracias a la ciencia y las artes podremos manejar, dominar u orientar todo nuestro entorno, pero -¡cosa maravillosa!- a lo sobrenatural no le podemos echar mano encima…

EN PRIMERA CARTA, en el primer versículo, San Juan Apóstol habla “de lo que nuestros ojos vieron y nuestras manos tocaron, acerca del Verbo de la Vida”, y de ahí comienza a hablar sobre Jesús resucitado, en toda su naturaleza y toda su trascendencia, y sus argumentos apuntan a lo más elemental y lo más profundo, como para afirmar que lo más sobrenatural (el Amor de Dios) se conecta con lo más natural (cumplir sus mandamientos)…

ECHA UN VISTAZO –aunque sea superficial- a tu entorno y date cuenta que unos y otros andamos buscando razones que llenen nuestra inteligencia, o vamos tras afectos que colmen el corazón, o inventamos trabajos que entretengan nuestras manos (y si de paso llenan el bolsillo, pues mejor), o hacemos caminos para que nuestros pies se desentuman, pero también andamos tras de novedades y maravillas que nos dejen con el ojo cuadrado…

NO TENGO DUDA que lo anterior es muestra de una inquietud existencial –muy natural- y que sólo se ha colmar con algo ¡sobrenatural!; ¡hey!, pero ten cuidado de entender “lo sobrenatural” únicamente como lo aparatoso y apantallante, como lo increíble y fantástico, o como algo que nadie puede explicar ni con la ciencia más aguzada ni con la experiencia más acendrada…

DOMINGO A DOMINGO –al recitar el Credo- confieso que Jesús resucitó “según las Escrituras” y no según la ciencia biológica o filosófica; y al señalar las “Escrituras” nos referimos al contenido profundo y básico de todo el proyecto de Dios manifestado en la Biblia y en la enseñanza de los Apóstoles y -por consecuencia- de la Iglesia…

LO NATURAL Y ORDINARIO sería que un científico me explique qué leyes de la naturaleza se vieron implicadas en aquel acontecimiento de la mañana de resurrección, y que me demuestre lo que sucedió como si de un experimento se tratara; lo sobrenatural y extraordinario es que me abra al proyecto de Dios que no nos hizo para quedarnos en la frialdad y rigidez del sepulcro, sino para ser herederos de su gloria y testigos de su bondad…

EN LA CARTA YA DICHA –de San Juan- se dirá con rotunda naturalidad algo de mucha sobrenaturalidad: Si dices que amas a Dios a quien no ves, pero no amas a tu hermano al que si ves, eres un mentiroso y la verdad no está en ti (cfr. 1 Jn 4,20); dicho de otro modo: tengo que amar a mi prójimo “según las Escrituras”…

SI TIENES LA OPORTUNIDAD de hacer algún curso bíblico ¡aprovéchala!, pero no estés esperando a tomar tal curso con el biblista más famoso, ni estés esperando el diploma académico que acredite tal curso; en todo caso, con curso bíblico y sin él, bien puedes entender el sentido de las palabras que recitamos cada domingo, de modo que no esperes más para servir “según las Escrituras”, o para pasearte “según las Escrituras”, o para trabajar “según las Escrituras”, para perdonar, o dialogar, o comer, o vestirte, o dormir “según las Escrituras”, que haciéndolo así, ya estarás ensayando a resucitar como Jesús: ¡según las Escrituras!..

P. Eduardo Lozano

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