San Lucas Evangelista, fue un notable historiador, médico y también pintor, y a él se le atribuye el primer retrato que se hizo de la Virgen María.
A partir de esta creencia, que surge en el primer siglo de nuestra era, tanto la tradición oral como varios escritores la han dado por válida, como Teodoro el lector, cuyas palabras luego serían citadas por Nicéforo Calixto en Historia Eclesiástica, donde menciona: “Eudoxia envió a Pulquería desde Jerusalén la imagen de la Madre de Dios que había pintado el Apóstol Lucas.”
Esta tradición, incluso, sobrevivió a la corriente de los iconoclastas que se oponían al uso de imágenes en la Iglesia, y finalmente llegó a Santo Tomás de Aquino y de allí, con más fuerza, se difundió en Occidente.
La creencia de que san Lucas pintó el primer retrato de la Virgen María se apoya en el hecho de que siendo médico, el santo estaba familiarizado con las “ceras y los colores” aprendiendo este oficio en Grecia o en Egipto.
La imagen de la Virgen María, muy dañada por los siglos, sirvió de modelo a otros pintores, pero a partir del siglo XVI, la historia dio un vuelco con las apariciones de la Virgen, en el Tepeyac, donde Ella se mostró morena como una forma de inculturación en los pueblos indígenas de América.
Ciertamente, no todos los artistas han seguido el modelo de san Lucas, por ejemplo, en el Renacimiento, Sandro Boticcelli, cautivado por la belleza de la joven Simonetta Vespuccio, la tomo como modelo, lo mismo para escenificar el Nacimiento de Venus, Venus y Marte, o a la Virgen María.
Hay otro tipo de representaciones que han hecho grandes artistas a partir de la descripción que han hecho algunos videntes, como Santa Bernadette Soubirous, en Lourdes, donde la escultura de la Virgen fue realizada por Joseph Hughes Fabisch, profesor de la Academia de Ciencias, las artes y las letras de Lyon, entre 1863 y 1864.
O la versión de los tres santos pastores de Fátima, en especial de Lucia, cuya representación corrió a cargo del escultor portugués José Ferreira Thedim hacia 1929.
Pero, por más que los esculturas y pintores hayan querido reproducir con fidelidad una descripción oral, a manera de retrato hablado, no se puede afirmar que sus retratos correspondan al verdadero rostro de la Madre de Dios.
Se puede poner de ejemplo a Santa Faustina Kowalska quien, después de haber descrito al Cristo de la Misericordia como ella lo vio en su natal Polonia, y de que un pintor tratara de apegarse a su descripción, ella terminó en llanto y escribió esto en su Diario (313): “Una vez, cuando estaba en el taller de aquel pintor que pintaba esa imagen, vi que no era tan bella como es Jesús. Me afligí mucho por eso, sin embargo, lo oculté en mi corazón… enseguida fui a la capilla y lloré muchísimo. Le dije al Señor: ¿Quién te pintará tan bello como tú eres? Como respuesta oí estas palabras: no es la belleza del color, ni en la del pincel, donde está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia”.
Lo importante en este tipo de obras sacras recae en lo que representan, aunque no tengan la precisión con respecto al modelo que es plenamente espiritual y luminoso. En el Evangelio de la Transfiguración del Señor (Lc. 9, 28-36), claramente se dice que “su rostro se puso brillante, y su vestido blanco y resplandeciente”.
También influyen el estilo de los artistas de cada época y la edad de los modelos, ya sean estos físicos o imaginarios y más idealizados, pues las facciones cambian con el tiempo, aunque por lo general, todos los rostros son muy bellos.
A la Virgen María la han pintado artistas de la talla de Miguel Ángel, en el Juicio Final en la Capilla Sixtina. Así como Esteban Murillo, El Greco, y artistas de todas las corrientes, países y épocas.
Merece una descripción aparte las representaciones de los íconos que son tan queridos por la Iglesia Ortodoxa, en donde tiene más peso su valor simbólico por encima de las facciones que parecen ocultar sus sentimientos.
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