La película mexicana El último vagón, de reciente estreno en Netflix, tiene grandes mensajes. Cuenta la historia de Ikal, un niño de unos 10 años de edad que poco sabe de escuelas porque su papá trabaja en la construcción de vías de ferrocarril, y la familia va mudando de residencia conforme avanza el trabajo de las vías.
En el último pueblito en que viven, Ikal es invitado a formar parte de la escuela y a recibir clases complementarias de la maestra Georgina. El niño y la maestra son los protagonistas de esta historia de la que tanto podemos aprender.
Todo niño y niña merece ir a la escuela y recibir una buena educación. Por desgracia, ni todos los niños y niñas van, ni toda enseñanza escolar verdaderamente enseña y educa.
En la película, la maestra Georgina no sólo da clases sino pone todo su empeño para inspirar la creatividad de sus discípulos, ayudarlos a desarrollar sus capacidades personales, estimularlos a buscar y a sacar lo mejor de cada uno y cada una, ponerlos en contacto con la naturaleza, acompañarlos muy de cerca.
Y lo hace con firmeza, disciplina, responsabilidad, pero también con cariño, empatía, interés genuino por cada quien.
Exigencia y ternura es la combinación ideal para saber moldear la vida en la infancia.
La maestra Georgina representa lo más noble de una vocación de educar, no reducido a cumplir un trabajo, sino a acompañar y cuidar el camino inicial de la vida de pequeñas personas, y luego saber dejarlas en libertad para que continúen.
Por supuesto que esta vocación de educar, comienza en cada hogar. La película ofrece algunos rasgos de los papás de Ikal, de su cariño, protección, cuidados, sacrificios, aunque también de su desidia al dejar sin escuela al niño, hasta que reaccionan y se comprometen a que no falte a las clases.
Se aprende en la casa cuando hay un ambiente de cariño, confianza y comunicación; de responsabilidades compartidas, de tiempo para pasarlo juntos… Esto tan simple y básico que en los tiempos actuales algunos papás van dejando de lado.
Hogar y escuela son los espacios privilegiados de un menor de edad, pero la vida nos enseña también en los encuentros con personas, con la naturaleza, con los animales; esos encuentros tan sencillos que hemos ido perdiendo, cuando nos conectamos a dispositivos y aparatos de entretenimiento, pero no nos tocamos, no nos sentimos, no nos escuchamos ni gustamos en directo.
Para hacernos sensibles a ello, la película sigue las andanzas de tres niños y una niña, no sólo compañeros en la escuela, sino en la vida cotidiana, siendo tan diferentes cada uno.
Con ellos vemos cómo se va fraguando una amistad, qué juegos y aventuras unen a un grupo, cómo se divierten en el campo o en un río o con los animales; cómo se enfrentan dificultades y peligros, cómo cada quién va descubriendo lo que quiere ser, qué cosas valen más en la vida.
El último vagón nos conecta desde el corazón con los recuerdos de lo mejor y lo más valioso de la infancia, de aquello que se queda para siempre, gracias a la personas que estuvieron a nuestro lado y nos ayudaron a ser cada quien lo que es. Es sin duda un buen cine para ver en familia.
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