En nuestros días, el feminismo y el catolicismo parecieran como el agua y el aceite, dos formas de vida incompatibles y en una constante lucha. Sin embargo, la historia de Elisabeth Maria Hollants von Uyftan (Turnhout, 1905-Cuernavaca, 1996), mejor conocida como “Betsie Hollants”, nos muestra que puede haber puntos de encuentro.
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Nacida en Turnhout, Bélgica, el 27 de enero de 1905, tuvo una infancia marcada por la muerte de su madre, dejando a su padre viudo con siete hijos. Al poco tiempo, Hubert Hollants -el padre de “Betsie”- contrajo matrimonio por segunda ocasión, con una tía de Betsie, con quien tuvo tres hijos más. Al ser ella una de las mayores, ayudó a cuidar de todos sus hermanos.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Hollants huyó hacia la frontera para refugiarse en los Países Bajos. Allí, la pequeña Betsie empezó a ayudar a unos religiosos que editaban un periódico para unos belgas que, como ellos, se habían exiliado. Al terminar la guerra, Betsie estudió en el colegio jesuita de las Hermanas de Nuestra Señora, donde cursó filología alemana.
Posteriormente, empezó a trabajar como maestra en el Colegio de las Canonesas del Santo Sepulcro de su ciudad natal. Tiempo después, Betsie Hollants fue contratada como asistente de un profesor de derecho de la Universidad Católica de Lovaina y entró en contacto con la democracia cristiana.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Betsie se mostró desde el primer momento en contra del nazismo y de la deriva antisemita que estaba oscureciendo la vida en Europa, trabajó como editora de un periódico clandestino, escondida en un monasterio, también, ayudó a esconder a judíos en conventos.
Terminando la guerra, continuó con su trabajo como periodista en Bélgica y en Nueva York, adonde se trasladó en 1945. A finales de 1961, llegó a Cuernavaca (México). Sin saber nada de español, se integró al Centro de Formación Intercultural (CIF, por sus siglas en inglés). Ivan Illich, fundador y director del CIF, gustaba mucho de su perfil: políglota, con una vasta red de contactos globales en organizaciones intergubernamentales y la democracia cristiana, además de experiencia en el periodismo y el activismo católico.
Años después, Betsie fundó una organización feminista, desde la que empezó a trabajar en favor de los derechos de las mujeres en toda Latinoamérica, e inició un centro de documentación sobre la situación de las mujeres de la región.
En la última etapa de su vida, Betsie Holland se centró en la discriminación que también sufrían las personas mayores y enfermas.
La VEMEA (Vejez en México: Estudios y Acción), fundada en 1984 por “Betsie Hollants”, quiso reivindicar los derechos de los adultos mayores, y durante sus diez años de existencia, trabajó para paliar la soledad física y emocional de los ancianos de la sociedad.
Antes de morir, Betsie Hollants alcanzaba uno de sus sueños: consagrarse como religiosa. Lo hizo en la comunidad de Canónigas de San Agustín de la Congregación de Nuestra Señora. Betsie Holland falleció en 1996.
Con información de Aleteia
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