Conoce por qué en la alabanza del “Santo” que se canta en Misa se menciona “los cielos”
Tanto “el cielo” como “los cielos” se utilizan para designar el firmamento (cf Sal 19, 2), aunque también para referirse al “lugar” propio de Dios, y es lo que mencionamos al saludar a “Nuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), según la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 326).
Así, implica de igual manera el “cielo”, que es la gloria escatológica. Además, el término hace alusión al “lugar” de las criaturas espirituales —los ángeles— que rodean a Dios.
De igual modo, mencionarlo en plural hace referencia a la totalidad y a la plenitud. Por ello, los evangelistas usan indistintamente la mención al Reino de Dios como una frase equivalente al «Reino de los Cielos», pues Dios es “el Creador del cielo y de la tierra”.
Y tal como señala el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: Dios es creador “…de todo lo visible y lo invisible”. Pero, hay más. La comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad, la Virgen María, los ángeles y los bienaventurados también coincide con la designación de “cielo”. Por ello, es considerado el fin último “y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre”, así como su estado supremo y definitivo de dicha.
Sobre este tema, enseña san Ambrosio (Expositio evangelii secundum Lucam 10,121) que “donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino”, el lugar donde viven los elegidos y hallan “su verdadera identidad y su propio nombre” (cf. Ap 2, 17; CIC, 1025).
La biblia también es clara sobre esa promesa y emplea las mismas acepciones. Llama “cielos nuevos y tierra nueva” a la renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1); esto como parte del designio de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1, 10; CIC, 1043).
Se trata, pues, de un “universo nuevo”. Dios tendrá su morada entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas” (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
Además, la Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo […] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo” (Lumen gentium 48).
En cuanto al “Santo”, este himno se entiende con mayor precisión en el marco del misterio pascual. “Dios, tres veces Santo, desea la santidad, y guía al hombre hacia ella por caminos que sólo Él conoce” (Juan Pablo II, domingo 20 de junio de 1982).
La venida de Cristo “es una revelación radical e integral de la santidad de Dios: ‘Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus Sabaoth’. ‘Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria”.
“En la Semana Santa —que, humanamente hablando, está completamente llena del sufrimiento, de la humillación y del anonadamiento— se encierra la revelación de la santidad de Dios, culmen de la historia del mundo. “Santo, santo, santo (…). Hosanna en el cielo”. La razón, explica el papa, es que del fondo de la humillación redentora de Cristo, el hombre recibe, como don, la fuerza para alcanzar la cumbre de su propio ser y de su propio destino. En la semana que con razón se llama santa, el Hosanna en el cielo encuentra la plenitud de su significado. (Juan Pablo II, 31 de marzo de 1996).
Por su parte, el papa Francisco nos recuerda la procedencia de este himno y su poderosa trascendencia. Previo al Ángelus del primero de noviembre de 2018, se preguntó qué hacen los santos en el cielo: “Cantan juntos y dan gloria a Dios con alegría”.
Al respecto, sugirió que sería estupendo poder escucharlos. Y estimó que podemos imaginarlo durante la misa, justo cuando cantamos: “Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo” y recordó que esta alabanza trinitaria corresponde a un himno, uno que según la biblia, “procede del cielo; se canta allí”.
Por lo tanto, “cantando el ‘Santo’, no pensamos solo en los santos, sino que hacemos lo que hacen ellos. En ese momento, en la misa, ¡estamos unidos a ellos más que nunca!”. Cuando cantamos repitiendo “Santo, Santo, Santo” hacemos una oración de alabanza: “Alabamos a Dios por su grandeza, porque es grande. Y le decimos cosas hermosas, porque a nosotros nos gusta que sea así”. (Papa Francisco, 28 de enero de 2014)
Al brindar su explicación, el papa invitó a reflexionar: “¿Cómo es mi oración de alabanza? ¿Sé alabar al Señor? ¿O cuando rezo el Gloria o el ‘Sanctus’ (Santo) lo hago sólo con la boca y no con todo el corazón?”
En este aspecto, el pontífice recordó que cuando elevamos esta oración al Señor debemos “decir a nuestro corazón: ‘¡Levántate corazón, porque estás ante el rey de la gloria!”.
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