Los católicos tentemos la firme convicción de que Jesús está en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en el Santísimo Sacramento, nombre con el que se designan las especies eucarísticas guardadas en el Sagrario al término de cada Misa. Pero, ¿por qué lo creemos así? Aquí la explicación:
En la noche en que sería traicionado y entregado en manos de pecadores para su muerte en cruz, Jesús celebró la Última Cena e instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, a fin de perpetuar su presencia entre nosotros y confiar a su Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección.
“Y mientras comían, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘Tomen y coman; esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía’. Y tomando la copa, dio gracias y se la dio diciendo: Beban todos de ella, porque esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados”. (Mt 26-28).
Por eso, los católicos participamos de la Santa Misa sujetos al mandato que Jesús nos dio justo en la víspera de su Pasión: “Hagan esto en conmemoración mía”.
De modo que, al celebrar en la Misa el memorial del sacrificio de Jesús, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: el pan y el vino convertidos, por el poder del Espíritu Santo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo. Esto significa que Jesús está realmente presente en las especies consagradas del pan y del vino.
Sabemos que Jesús está entre nosotros de múltiples maneras: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, ahí ‘donde dos o más personas se reúnen en su nombre’, en los pobres, los enfermos y los presos; en los Sacramentos, en el sacrificio de la Misa y en la persona del ministro. Pero también somos conscientes de que Jesús está de manera privilegiada en las especies eucarísticas del pan y del vino: ahí están contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo junto con su Alma y Divinidad, y por consiguiente ¡Cristo entero!
La presencia de Jesús en las especies eucarísticas del pan y del vino comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsista la hostia consagrada.
Así pues, en la Santa Misa los católicos expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo en las hostias consagradas; nos arrodillamos o nos inclinamos ante las especies en señal de adoración al Señor. Pero no sólo durante la Misa, sino también fuera de su celebración: al conservar con el mayor cuidado las hostias consagradas; al presentarlas a los fieles para que las veneren con solemnidad y al llevarlas en procesión hacia el Sagrario (o tabernáculo) para su resguardo y adoración por parte de los fieles.
El Sagrario, por lo tanto, debe ser colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia, y estar construido de forma que subraye y manifieste a los fieles la verdad de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento.
De manera que, como señaló san Juan Pablo II en su carta apostólica Dominicae Cenae, si Jesús nos espera siempre en este sacramento del amor, no escatimemos tiempo para ir a encontrarlo, contemplarlo y adorarlo, abiertos a reparar nuestras faltas o pecados.
Por si acaso no lo sabes, en todas las parroquias hay una lamparita roja muy cerca del Sagrario; si ésta permanece encendida, significa que ahí está Jesús en Cuerpo y Sangre, en Alma y Divinidad, en espera de que te acerques a Él, goces de su presencia y le platiques lo que te entristece, lo que te alegra; tus miedos, anhelos, necesidades o cualquier cosa que tú le quieras contar.
A veces las visitas al Santísimo Sacramento se hacen en grupo y culminan con la bendición del sacerdote con el Santísimo. Aunque lo más común es que los fieles lo visiten de manera individual. Lo que no hay que olvidar es que todo culto a la Eucaristía que se hace fuera de la Misa, siempre hace referencia a la Misa en la que se consagró el pan y el vino. Es como si la adoración del Santísimo Sacramento fuera una prolongación de la santa Misa.
Así que ya lo sabes, cada vez que visites una parroquia, busca la lamparita roja: ahí está el Sagrario, y en el Sagrario está Jesús en Cuerpo y Sangre, en Alma y divinidad, esperando que te acerques a Él.
Cuando en un lugar donde se sirven bebidas alcohólicas se anuncia ‘la hora feliz’, ya se sabe que habrá tragos al dos por uno, y que mucha gente saldrá de allí embriagada, tambaleante, con la mirada perdida, diciendo incoherencias y haciendo ridiculeces que sus ‘amigos’ grabarán y harán virales, para vergüenza suya y de sus familiares, y al día siguiente se despertará con una cruda espantosa y ganas de no levantarse.
Muy distinta es la ‘media hora feliz’. Quienes asisten salen embriagados, pero del amor de Dios; no tambaleantes, sino sólidamente asentados en la roca firme que es Cristo; no con la mirada perdida, sino fija en Él; no diciendo incoherencias, porque lo han escuchado y ahora quieren anunciarlo.
Y en cuanto a hacer ridiculeces, tal vez haya quienes consideren ridículo que esa gente disfrute ir a Misa, leer la Biblia, y orar, pero tienen que reconocer que al día siguiente no tendrá cruda, sino una felicidad que les durará y se les notará y dejará callados a quienes empezaron por criticarlos, pues terminarán por envidiarlos.
La ‘Media hora feliz’ consiste en pasar media hora visitando a Jesús, sea ante el Sagrario o cuando está expuesto sobre el altar para adoración de sus fieles (lo que se llama el Santísimo expuesto), en cualquier iglesia católica.
Pasar con Jesús, realmente Presente en la Eucaristía, y disfrutar Su cercanía al menos media hora es el tiempo mejor invertido, el que más rendirá buenos frutos.
Y para que no te pase como le ocurrió a una persona que comentó que fue a su ‘media hora’, se sentó en una banca frente al Sagrario, rezó un Padre Nuestro, un Ave María, se revolvió en su asiento, miró su reloj y pensó: ‘¡qué barbaridad, me sobran todavía 28 minutos!, y ahora ¿qué hago?’, aquí tienes unas sugerencias con las que el tiempo se te irá volando, y, lo más importante, tu media hora te servirá para afianzar tu relación con el Señor y crecer espiritualmente. Dedica, en el orden que quieras:
Inténtalo. Te sorprenderá que de pronto lo que de antemano tal vez te parecía demasiado tiempo, se te hará corto, y querrás disfrutar este encuentro con Jesús más seguido.
Ah, y la cereza del pastel: Por pasar media hora orando ante el Señor, puedes obtener indulgencia plenaria, con las condiciones usuales requeridas (estar en estado de gracia, es decir, no en pecado mortal, comulgar y rezar por las intenciones del Papa). La puedes aplicar por ti o por un difunto. (Si quieres saber qué es una indulgencia plenaria visita: Ediciones 72.
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