Los Padres de la Iglesia son los primeros testigos privilegiados de la predicación y enseñanza de los apóstoles formados por Cristo y enviados a anunciar el Evangelio. Los primeros Padres de la Iglesia tuvieron una relación personal y cercana con los mismos apóstoles de tal forma que sus escritos son considerados como una continuidad de la enseñanza apostólica genuina, siendo así el primer vínculo de la tradición cristiana. Después de la primera generación continuará la auténtica enseñanza de los apóstoles en los escritos de los santos y los mártires que fueron construyendo la Iglesia de Cristo.
Podríamos decir en sentido amplio que, además de santos, fueron escritores, filósofos y teólogos que transmitieron el Evangelio, sistematizaron la doctrina y aclararon dudas de fe, incluso antes de que se formara el canon bíblico tal como lo conocemos hoy, por lo tanto sus obras son la base de la doctrina de la Iglesia.
El término “Padres de la Iglesia” se utiliza en un sentido simbólico y espiritual porque “engendraron” a la Iglesia manteniéndose fieles a Cristo, guiando a las comunidades en la verdad del Evangelio, sentando las bases sobre las que se sustenta la fe y el cristianismo.
De esta manera, asegura Adalbert-G. Hamman, los Padres de la Iglesia pueden considerarse como los legítimos doctores de la Iglesia, como filósofos cristianos, como comentadores competentes e iluminados de la Biblia, que encierra la revelación salvífica de Dios.
Para que un autor cristiano antiguo fuera considerado Padre de la Iglesia debía cumplir, de acuerdo con la tradición, cuatro características fundamentales:
El cristianismo nació durante el esplendor de la cultura griega y romana, por lo que tuvo que responder a todas las críticas que recibía de parte de los gobernantes y filósofos de esa época. Así, la exposición de las ideas cristianas para ese mundo llevó a la creación de la primera Literatura cristiana y de la teología, a partir de los evangelios y las cartas escritas por los apóstoles.
Así, estas son las 5 características de los Padres de la Iglesia ante la cultura de aquel tiempo:
La Patrología es la parte de la historia de la teología cristiana que se encarga de estudiar el periodo comprendido entre los inicios del cristianismo y el siglo VII en Occidente (Isidoro de Sevilla) y el siglo VIII en Oriente (Juan Damasceno).
Así, la Patrología estudia las vidas y las obras de los autores ortodoxos y heterodoxos que escribieron sobre teología en estos siglos, aunque se ocupa preferentemente de los que representan la doctrina eclesiástica tradicional, es decir, de los llamados Padres y Doctores de la Iglesia.
La principal tarea realizada por los Padres de la Iglesia fue recibir y comunicar las enseñanzas de los apóstoles, continuar con la proclamación del Evangelio y formar a la comunidad cristiana en la pureza de la tradición Apostólica. Así, contribuyeron a una mejor asimilación de la vida y el pensamiento cristiano.
De esta manera, la labor de los Padres de la Iglesia fue fundamental para definir lo que se creía en la Iglesia, desarrollando la teología y estableciendo la correcta doctrina, especialmente durante los primeros cuatro concilios ecuménicos.
Los Padres de la Iglesia se dividen generalmente en cuatro etapas, esto a partir de las fechas y los lugares en donde vivieron. La era de los Padres de la Iglesia, llamada período patrístico terminó en 749 con la muerte de San Juan Damasceno.
Vivieron y escribieron en la segunda mitad del siglo I y la primera mitad del siglo II y se caracterizan porque tuvieron una proximidad o cercanía con los Apóstoles en el tiempo, al grado de que algunos llegaron a conocerlos personalmente o, a través de alguno de sus discípulos inmediatos, lo que les hace testigos privilegiados de la primera tradición. Sus textos son principalmente cartas, instrucciones o documentos de carácter muy concreto y ocasional que responden a determinadas exigencias específicas de las comunidades cristianas. La nota principal es el Kerygma, es decir el anuncio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación.
La mayoría de ellos fueron martirizados debido a que dieron testimonio de su fidelidad a Cristo a costa de su propia vida. Los Padres Apostólicos fueron los que recibieron el poder del Espíritu Santo y transmitieron personalmente la enseñanza oral de Jesucristo, antes de que se recopilara el canon definitivo del Nuevo Testamento en el siglo IV.
Abarcan desde la mitad del siglo II hasta finales del siglo III y se les define como defensores de la fe porque son aquellos Padres y escritores eclesiásticos que, habiendo sido filósofos paganos se convirtieron al cristianismo, como san Justino de Roma, y tomando la antorcha de los Padres Apostólicos, desarrollaron la defensa y la explicación de la fe ante la cultura y la filosofía grecorromana.
También los Padres Apologistas tuvieron que hacer frente a graves peligros, que amenazaban la existencia misma de la Iglesia, debido al rechazo del Evangelio por parte de los judíos, como por las violentas persecuciones de las autoridades civiles, hasta la aparición de herejías en el seno de la Iglesia, siendo una de las principales el gnosticismo.
En estas circunstancias, asegura José Antonio Loarte en su libro El tesoro de los Padres, el Espíritu Santo —que asiste invisiblemente a la Iglesia, según la promesa de Cristo, y le asegura perennidad en el tiempo y fidelidad en la fe— suscitó hombres de inteligencia privilegiada que, empuñando las armas de la razón, con un análisis cuidadoso de la Sagrada Escritura, hicieron frente a estos errores y mostraron el carácter “razonable” de la doctrina cristiana. Destaca, entre otros, san Ireneo de Lyon. Comenzaba de este modo el quehacer propiamente teológico, que tantos frutos daría en la vida de la Iglesia.
Su actividad coincide —y esta coincidencia no se debe al azar— con las primeras compilaciones, todavía incompletas, de un canon del Nuevo Testamento, cuyo sentido y alcance se irían determinando poco a poco. A diferencia de las generaciones de la edad apostólica o inmediatamente post-apostólica, no se consideran testigos directos de la revelación de Cristo, pero reconocen el testimonio primitivo como perfecto en principio y fundan sobre él su propia reflexión doctrinal.
Los Padres Griegos, subraya Hans Von Campenhausen en su libro Los Padres de la Iglesia. I Padres Griegos, son los primeros que comienzan a realizar comentarios a la Biblia, especialmente al Nuevo Testamento y tratados y disertaciones sistemáticas con contenidos doctrinales, morales, espirituales e incluso históricos. Uno de los grandes escritores eclesiásticos que habrá de influir en muchos es Orígenes de Alejandría.
En occidente se desarrolla con rapidez una poderosa y específica vida eclesial alrededor del mediterráneo, incluyendo el África del Norte, posteriormente se extenderá hacia el norte en el mundo germánico. El pensamiento teológico y doctrinal recibió una gran influencia del oriente, de la teología cristiana, que tuvo una gran influencia en la historia posterior. El nacimiento de esa eclesialidad latina es la primera refundición en nuevas formas intelectuales que experimentó en gran medida el cristianismo.
Hubo una generación de grandes obispos y pensadores que dejarían una gran herencia para la posteridad, entre ellos el gran san Agustín de Hipona.
A lo largo de este período reciben su configuración los diversos ritos litúrgicos occidentales. El rito romano, que se puede considerar definitivamente conformado bajo el pontificado de San Gregorio Magno (años 590-604), hay que recordar también el rito ambrosiano de Milán (llamado así por considerar que San Ambrosio fue su principal inspirador), el rito visigodo (más tarde llamado mozárabe) en España y Portugal, el rito galicano en Francia, el rito celta en Irlanda e Inglaterra.
Los Padres del Desierto fueron ermitaños y ascetas cristianos que vivieron en los desiertos de Mesopotamia, Egipto, Siria y Palestina entre los siglos III y VII. Fueron los iniciadores de un estilo de vida radical en el seguimiento de Cristo y su Evangelio, dejando todo para dedicarse a la oración y contemplación. Huyeron al desierto para escapar de la corrupción y vanidad del mundo pagano, no para escapar de la violencia imperial. El desierto ejercía una fascinación singular sobre personas que querían emprender un camino espiritual. Vivían en lugares apartados cabañas, cuevas con pobreza y completa austeridad.
Sus vidas imprimieron un sello indeleble en la historia del cristianismo, ya que sus doctrinas sentaron las bases de una forma original de espiritualidad, individual y colectiva. Al estilo de vida de los solitarios, los anacoretas, le siguió pronto el estilo de vida comunitario, los cenobitas, más acorde a la vida cristiana. Dieron testimonio, con su renuncia al mundo, de un encuentro con Dios anticipando la experiencia escatológica.
En la vida comunitaria se convirtieron en un tesoro de vida espiritual para toda la Iglesia y en un tesoro de caridad para con los más pobres y necesitados. El principio e “ora et labora” seguido por san Basilio en el oriente y realizado por san Benito en el occidente, los convirtió en centros de oración y trabajo creadores de las grandes instituciones de la caridad cristiana: hospicios, hospederías, hospitales, escuelas y centros de ayuda material y espiritual para todos.
San Agustín de Hipona vivió entre 354 y 430 d.C., de origen norteafricano, fue filósofo, obispo y teólogo, Padre, doctor y santo de la Iglesia. Su sobre nombre es «Doctor de la Gracia»;
San Ambrosio vivió entre 339 y 397. Teólogo y escritor, fue obispo de Milán, de la que también es patrón, junto con San Carlos Borromeo y San Galdino. Dedicó sus esfuerzos pastorales a poner fin a los errores y contradicciones de los arrianos en las comunidades de Occidente. Reafirmó la independencia de la Iglesia frente al poder imperial.
San Jerónimo vivió entre 347 y 419 d.C., estudioso de la Biblia, su obra principal fue la traducción de una buena parte del Antiguo Testamento del hebreo al latín y del Nuevo Testamento del griego al latín.
San Gregorio Magno vivió entre 540 y 604, fue obispo de Roma y por lo tanto el Papa, realizando una gran organización de la liturgia en sus textos, oraciones y cantos. Fue de una constitución frágil corporalmente pero sólido y fuerte espiritualmente. Es venerado como santo y doctor de la Iglesia.
San Atanasio (295–373), obispo de Alejandría, que tuvo un papel relevante en la defensa del Concilio de Nicea difundiendo y desarrollando la doctrina de la divinidad de Jesucristo, “Dios de Dios, Luz de Luz… engendrado no creado, consubstancial con el Padre”, como lo recitamos en el Credo. Es considerado santo y doctor por la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, incluyendo a los luteranos y anglicanos.
San Juan Crisóstomo (344–407), patriarca de Constantinopla, célebre por sus homilías. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, junto con Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres orientales que procede de la Escuela de Antioquía.
San Basilio Magno (330-381) El principal de los llamados Padres Capadocios, como obispo y pastor de Cesarea tuvo una influencia profunda en la Iglesia del siglo IV, sea en la teología, el compromiso social y la vida religiosa. Destacó en el desarrollo de la teología sobre el Espíritu Santo que fue tomada directamente en el Concilio de Constantinopla. Fue el impulsor de la vida monástica comunitaria como ideal de la vida cristiana: fraternidad, oración y trabajo en favor de los más necesitados. Su predicación y sus escritos le ganaron el título de Magno, siendo venerado como santo y doctor por la Iglesia de oriente y occidente.
San Gregorio Nacianceno (329-390), fue obispo de Nacianzo y provisionalmente obispo de Constantinopla del siglo IV. Está considerado como el más completo orador y filósofo formado en la tradición clásica, introdujo elementos helenísticos en la iglesia primitiva, estableciendo el paradigma de los teólogos y eclesiásticos bizantinos. Influyó significativamente en la forma de la teología trinitaria tanto en los padres griegos como latinos, participando de manera notable en el Concilio de Constantinopla..
* Para la elaboración de es este artículo se contó con la revisión y colaboración del Padre Mario Ángel Flores Ramos, Responsable de la Dimensión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis Primada de México
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