Desde los inicios de la vida consagrada, los miembros de los institutos religiosos se caracterizaron por una forma peculiar de vestir. Si bien, al principio podría definirse que ella se trataba de una vestimenta -sobre todo, típica de los pobres-, con el paso del tiempo se fue distinguiendo de la vestimenta común de los habitantes de cierta región para indicar un estatus distinto al del resto de los conciudadanos. En otras palabras, pasó a indicar un estado de consagración.
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Pero, ¿qué tiene que ver una cosa con otra? Si se atiende a la definición etimológica, “sagrado” quiere decir “separado”. En términos básicos, lo consagrado –hecho sagrado– es aquello que ha sido separado del uso cotidiano. Un vaso, una mesa, una comida o, en este caso, una vestimenta, puede alcanzar ese estado: estar consagrado a Dios.
Pues bien, una persona que está consagrada por completo al servicio de Dios, lo manifiesta también en lo externo. En el Antiguo Testamento, en Éxodo 28, leemos cómo Dios dio indicaciones muy detalladas y precisas respecto a lo que debían vestir los sacerdotes.
En el caso del cristianismo, aquellos que optaron por abandonar los usos y costumbres del mundo que les rodeaba fueron, poco a poco, ajustando su estilo de vestir, hasta que éste llegó a ser un signo de su estado de consagración.
En el documento Perfectae Charitatis, el Concilio Vaticano II reconoce todo esto: “El hábito religioso, como signo que es de la consagración, sea sencillo y modesto, pobre a la par que decente, que se adapte también a las exigencias de la salud y a las circunstancias de tiempo y lugar, y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito, tanto de hombres como de mujeres, que no se ajuste a estas normas, debe ser modificado”.
Producto de esta reflexión conciliar, el Código de Derecho Canónico, reproduce íntegramente la finalidad del hábito: “Los religiosos deben llevar el hábito de su instituto, hecho de acuerdo con la norma del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de pobreza”.
Los hábitos y particularidades de los mismos son muchos, cada uno de ellos haciendo referencia a la tradición particular, a la espiritualidad, a las tradiciones propias. Hablar de ellos por separado sería muy largo. Por eso, se tratará de identificar elementos comunes, dejando de lado la forma singular en cómo se contempla, por cada familia religiosa, el propio hábito.
Algunos de los elementos más comunes como: túnica, ceñidor, velo, escapulario y capucha y hay colores que se repiten de forma tradicional en los hábitos religiosos.
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