Hay quien puede pensar que tener que confesar sus pecados a un sacerdote es algo penoso y desagradable, pero cuando lo hace descubre que la Confesión es todo lo contrario, que libera, que aligera el alma, que deja a la persona con la sensación de que se ha librado de un peso que venía cargando.
Si profundizamos un poco en esta práctica, si reparamos en que fue instituida por Jesús como signo e instrumento del amor misericordioso de Dios, nos podemos dar cuenta de que es un acto verdaderamente hermoso, a través del cual nos da la oportunidad de recobrar la gracia perdida después de nuestro Bautismo por causa del pecado.
El pecado, como dice el padre Mike Schmitz, es decirle “no” a Dios. Es decir: ‘Señor, yo sé lo que Tú quieres, pero voy a hacer lo que yo quiero”. Esto, en principio, no tiene cabida en quien ha decidido seguir a Cristo; sin embargo, como señala el apóstol san Juan, “si decimos que no tenemos pecados, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1,8).
De manera que todos los seres humanos cometemos pecados, ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión, y por esa razón es necesario acercarnos al Sacramento de la Confesión, que nos obtiene, de la misericordia de Dios, el perdón por las ofensas cometidas contra Él.
Pero además -como señala san Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Reconciliación y Penitencia-, tal reconciliación con Dios es el principio de otras reconciliaciones, pues el penitente perdonado se reconcilia además consigo mismo; se reconcilia también con sus hermanos agredidos y lesionados; se reconcilia con la Iglesia y se reconcilia con toda la Creación.
Cabe mencionar que en los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados estaba vinculada a prácticas muy rigurosas: las personas debían hacer penitencia pública por sus pecados, a veces durante años en caso de faltas muy graves, antes de recibir la reconciliación. Incluso, para aspirar a la reconciliación con la comunidad bajo este orden, en ciertas regiones se admitía a la persona una sola vez en la vida.
Fue en el siglo VII cuando todo cambió: los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, llevaron a Europa Continental la práctica de la Penitencia privada, que no exigía la realización pública ni la prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia.
El Sacramento de la Confesión se realiza desde entonces de manera privada entre el penitente y el sacerdote. Esta práctica introducida en Europa Continental en el siglo VII -y traída posteriormente a lo que hoy es América- preveía la posibilidad de la reiteración del Sacramento y permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales, como ocurre hasta nuestros días.
Pero, ¿cómo hacer una buena Confesión? ¿Qué hacer antes, durante y después de la misma? Aquí te lo decimos.
Previo el Sacramento de la Confesión, conviene prepararnos mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios, desde la última confesión hasta la actualidad. En este sentido, es necesario observar nuestros juicios y conductas recorriendo uno por uno los diez mandamientos de la Ley de Dios, los pecados capitales y las obras de misericordia, pidiendo ayuda al Espíritu Santo para recordar los pecados.
Aunque, para efectos prácticos, podemos ir respondiendo detalladamente a estas preguntas que el Papa Francisco sugiere, a fin de analizar cómo ha sido nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Este cuestionario favorece la introspección y sirve como una guía para no realizar una confesión desordenada una vez llegado el momento. Podemos llevar a la Confesión nuestras anotaciones, ya que aquí ¡sí se vale usar acordeón!
Sobre tu relación con Dios:
Sobre tu relación con el prójimo:
Sobre la relación con uno mismo:
Tras aparecérsele a sus discípulos, Jesús Resucitado les dijo: “La paz sea con ustedes”; les mostró sus heridas de las manos y de su costado, sopló sobre ellos, les dio el Espíritu Santo y también la facultad de perdonar pecados… pero no de adivinarlos. Así que es completamente necesaria la Confesión de viva voz.
¿Y si se entera alguien más de lo que hice?
No hay por que tener miedo de que lo que el penitente va a revelar pueda ser difundido o usado en su contra, porque todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados confesados, bajo penas muy severas. Este secreto, que no admite excepción, se llama “sigilo sacramental”.
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Además de tener la total certeza de que la confesión de tus pecados quedará sellada por el Sacramento, durante la Confesión es preciso que tengas humildad y disposición del corazón para reconocer que caíste, te equivocaste, pecaste, y también apertura para recibir el consejo del padre y aceptar lo que te mande como penitencia.
Al llegar, el padre te dirá: “Ave María purísima”. A lo que debes responder: “Sin pecado concebida”. En algún momento -antes o al final-, te pedirá que hagas un Acto de Contrición; por ejemplo, rezar el “Yo pecador”. Enseguida, te pedirá que digas los pecados por los cuales le pides perdón a Dios.
Las 5 “C” de las Confesión
Toda Confesión debe ser:
Salud del alma
El Sacramento de la Reconciliación es un Sacramento de curación. Cuando acudimos a confesarnos es para sanar, curar nuestra alma, aliviar el corazón y buscar redirigir nuestras acciones hacia Dios. No importa cuántos pecados cometiste o qué tan malos sean, confiésalos todos.
Si por pena omites confesar un pecado, toda tu Confesión es inválida, y vas a tener que volver a confesar todo lo que ahora confesaste, y además el pecado que omitiste. Si lo omitiste por olvido, no hay problema, pero debes confesarlo en la siguiente Confesión. No tengas pena; los confesores han oído de todo y no se espantan de nada.
Ante todo, es con Jesús con quien en realidad te estás confesando, ya que el sacerdote sólo está ahí en Su nombre. El sacerdote confesor es signo e instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador, y al confesar ejerce los siguientes ministerios:
Cuando concluyas tu Confesión es importante que prestes mucha atención a lo que te dice el sacerdote, y aceptes con humildad su recomendación. Recuerda la penitencia que te manda; si acaso lo necesitas, anótala para que no la olvides, porque es indispensable que la cumplas cabalmente.
Al término de la Confesión, lo primero que hay que hacer es dar gracias a Dios por habernos permitido recobrar la gracia perdida a causa de nuestros pecados. Pero aún queda una parte muy importante por cumplir: la penitencia.
¿Qué es la penitencia?
Conscientes somos de que nuestros pecados causan daño al prójimo, de manera que es preciso hacer lo posible por repararlo, ya sea restituyendo las cosas robadas, restableciendo la reputación de quien hemos calumniado o desagraviando las heridas que hemos causado. La simple justicia exige eso para con la parte afectada. Pero además, el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo.
La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que nuestra conducta causó. Así pues, liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual; por lo tanto, debe hacer algo más para reparar, satisfacer o expiar sus pecados. Esto es a lo que se le llama penitencia.
¿Qué se nos puede mandar a hacer?
La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar siempre su bien espiritual; en la medida de lo posible, debe corresponder a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. La penitencia puede consistir en:
Tales penitencias nos ayudan a configurarnos con Jesús, el Único que expió nuestros pecados una vez y para siempre, y nos permiten llegar a ser Sus coherederos, en tanto que sufrimos con Él (Cfr. Concilio de Trento: DS 1690).
Los efectos del Sacramento
La fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él en profunda amistad; de manera que el fin y efecto de este Sacramento es, pues, la reconciliación con nuestro Creador, lo cual nos ofrece además estos beneficios:
Agradece a Dios por la oportunidad que te dio de poder sentirte feliz y liberado del peso que venías cargando en la conciencia. Decía Chesterton que cuando sales de confesarte, no importa si eres joven o viejo, en realidad sólo llevas 5 minutos de vida, porque has renacido de nuevo, por la gracia de Dios. ¡Eres una criatura nueva!
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