Dudar de Jesús no es tan raro como parece. Foto: Especial
Hay días en que la oración se siente como un eco. Hablas, pides, reclamas… y del otro lado, solo silencio. Teresa, una mujer de 56 años de edad, lo sabía bien: llevaba semanas rogando por su hijo, pero nada cambiaba. Cada noche, con el rosario en las manos, repetía las mismas súplicas hasta que una madrugada, entre lágrimas, se le escapó un susurro: “Dios me falló”.
Teresa no sabía que esa duda era parte de un camino que muchos recorren, y que no necesariamente significaba una pérdida de fe.
Dudar de Jesús no es tan raro como parece. A veces ocurre después de una pérdida, de una enfermedad, de una decepción o simplemente cuando la vida no sale como esperábamos. El padre Salvador Barba, sacerdote diocesano y director de la Dimensión de Bienes Culturales de la Arquidiócesis Primada de México, explica que esa duda no es un signo de debilidad, sino una experiencia profundamente humana.
El sacerdote explica que muchas veces la duda nace de una imagen equivocada de Dios, como si fuera alguien que debiera cumplir nuestros deseos o evitarnos cualquier dolor. “Hay un dicho que dice: Dios no cumple antojos ni endereza jorobados. Y es verdad. Dios respeta nuestra libertad, incluso cuando sus planes no coinciden con los nuestros”, comenta.
Cuando la vida se complica o algo no sale como esperábamos, no significa que Dios se haya ido, sino que nos invita a confiar de otro modo. “A veces queremos que todo sea a nuestro gusto —añade—, pero la fe no se trata de eso. Es aprender a confiar aunque no entendamos”.
Para el padre Barba, el verdadero problema no está en dudar, sino en quedarse estancado ahí.
“La dificultad empieza cuando uno deja la duda sin resolverla. Si no buscamos respuestas, esa duda puede crecer y alejarnos de Dios”. Por eso, el sacerdote recomienda tres caminos para enfrentar esos momentos:
El sacerdote insiste en que no hay que sentirse culpables por dudar. La culpa solo aparece cuando dejamos de buscar. “Si dudé, pero le pregunté a Dios, si busqué, si oré, no hay culpa. La duda puede ser el inicio de una fe más viva. Lo peligroso es no hacer nada con ella.”
“El que no duda, no piensa; el que no piensa, no crece”, afirma el padre Barba.
La duda, explica, puede ser una oportunidad para revisar nuestra relación con Dios y descubrir que muchas veces nos habíamos dormido en la fe o teníamos una imagen deformada de Él. Dudar puede despertar la necesidad de reencontrarnos con su amor.
Y aunque parezca contradictorio, ese proceso puede fortalecer la fe. “Cuando caminamos con dudas y buscamos respuestas, aunque no nos gusten, esas respuestas nos hacen libres”, señala el sacerdote.
En cambio, cuando fingimos que no pasa nada o dejamos que las dudas se acumulen sin resolverlas, corremos el riesgo de alejarnos de Dios y de los demás. “Eso complica la relación con Él y con nuestros hermanos, porque la fe se enfría cuando el amor se debilita.”
Ante la tentación de rendirnos o sentirnos indignos por nuestras dudas, el padre Barba ofrece una respuesta sencilla:
“Dios nunca desconfía de nosotros. Él sigue llamándonos, incluso cuando dudamos. Dejémonos amar, porque el amor de Dios no se agota, aunque el nuestro a veces se debilite.”
Así, la invitación es clara: no huir de la duda, sino dejar que nos lleve de regreso al amor.
La fe no siempre es certeza inmediata; a veces es permanecer de pie en medio de la incertidumbre, confiando en que Jesús sigue ahí, silencioso quizá, pero presente.
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