Hay quienes aseguran que cuando los objetos sagrados se estropea o se daña pierde la bendición que ha recibido, ¿qué tan cierto es esto?
Lo primero que debemos saber es que la bendición de objetos devocionales es una antigua tradición en la Iglesia católica, y tiene que ver con la convicción profunda de que Dios nos acompaña en cada momento de nuestra vida.
Como símbolo de esa presencia sagrada en nuestra rutina humana, contamos con objetos devocionales tangibles, como: imágenes sagradas, crucifijos, cadenas y colguijes, estampas, velas, cuadros religiosos, rosarios, viacrucis, entre otros.
Pero, ojo, no se trata de que esos objetos devocionales estén cargados de un “poder” intrínseco, como si la bendición los dotara de una fuerza mágica, sino que es en el terreno de la fe que el símbolo visible se convierte en un vehículo adecuado para la religación con lo sagrado, en una vía de comunicación entre esta realidad terrena y la celestial, un vínculo entre la tierra y el cielo.
Sin embargo, esa capacidad de interrelación y vinculación depende de la fe del creyente y su disposición al encuentro con Dios, en la que el objeto devocional funciona como símbolo vinculante y no como un fetiche o amuleto que provea lo que el creyente no esté dispuesto a dar en cuanto a disposición para el encuentro con la trascendencia.
Dada la seriedad de este ámbito devocional, los objetos sagrados reciben la bendición por parte delos diáconos o sacerdotes bajo la consigna de que sean utilizados para la edificación de la fe de los creyentes.
Esto se ha resaltado sobre todo en santuarios de gran afluencia donde los devotos se aglomeran en tumultos, como la Basílica de Guadalupe o el Templo de San Hipólito en la Ciudad de México, en San Juan de los Lagos, Jalisco, o Chalma en el Estado de México.
En estos lugares los fieles incluso llegan a solicitar la bendición de imágenes no católicas (como la Santa Muerte, Jesús Malverde, Juan Soldado…) y, al abrigo del alboroto, presentan a bendición esas imágenes, escapularios o estampas.
La bendición se realiza siempre bajo la condición de que los objetos presentados sean de legítimo culto católico y para la edificación del Pueblo de Dios. En este sentido, está reservada para los objetos devocionales en plena comunión con la enseñanza de la Iglesia y no otros, aun cuando les caiga el agua bendita en medio de la multitud.
En ese mismo orden de ideas, cabe mencionar que los objetos benditos son perecederos, ya que están sujetos a la degeneración propia de toda materia. Al llegar al final de su vida útil, se recomienda un desenlace digno con la sacralidad que representan, ya sea quemarlos y arrojar los restos en una maceta o jardinera, o bien, destruirlos y desecharlos en un lugar donde puedan reintegrarse a la naturaleza.
Sin embargo, no debe pesar en la conciencia del creyente una carga de culpabilidad por la destrucción o desecho de ellos, pues su sacralidad radica no solamente en su materia, sino en la carga simbólica que le es asignada por el creyente y por la adhesión a la fe comunitaria de la Iglesia mediante estos símbolos.
El autor es Catedrático de la Universidad Intercontinental.
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