La veneración a los santos en la Iglesia Católica es un acto de respeto, no de adoración. Foto: DLF
Dentro de la fe católica, una de las inquietudes más frecuentes, y recurrentemente mal entendidas por otras religiones o ateos, es si la veneración a los santos podría considerarse una forma de idolatría. ¿Por qué los católicos rezan frente a imágenes? ¿Por qué se les prenden velas o se les hacen procesiones? ¿Por qué oran frente a la imagen de un santo?
Para responder Desde la fe conversó con el P. Jorge Luis Zarazúa, Superior General de la Fraternidad Misionera Apóstoles de la Palabra y experto de la Red Iberoamericana para el Estudio de las Sectas, quien explicó por qué esta práctica no solo no contradice la fe cristiana, sino que expresa una comprensión plena de la comunión de los santos.
El sacerdote aclaró que la veneración no es adoración. Mientras que solo a Dios se le adora con culto de latría, a los santos se les honra con culto de dulía, y a la Virgen María con hiperdulía, por su papel único en la historia de la salvación. Además, subrayó que los signos de veneración, como la inclinación, el uso de incienso, entre otros, son expresiones externas de respeto que en ningún caso sustituyen la adoración debida únicamente a Dios.
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“La adoración, también llamada latría, es un culto que se ofrece exclusivamente a Dios”, explicó el padre Zarazúa. Este culto se manifiesta, por ejemplo, en la adoración al Santísimo Sacramento, en la oración ante el sagrario o durante una Hora Santa. En cambio, la veneración o dulía es el reconocimiento y respeto que se da a los ángeles, a los santos y a las personas, lugares y objetos relacionados con Dios.
A esta distinción, la Iglesia añade un tercer grado de honor llamado hiperdulía, la cual es una forma de veneración que se encuentra entre la adoración a Dios y la veneración a los santos y ángeles, reconociendo la posición única y exaltada de María como la Madre de Dios, de acuerdo con la doctrina católica.
Aunque algunos citan la frase bíblica “no te harás imagen ni la adorarás” (Éxodo 20, 4-5) como una condena general al uso de imágenes religiosas, el padre Zarazúa explicó que la Sagrada Escritura distingue claramente entre ídolo e imagen. “Un ídolo es un falso dios; una imagen, en cambio, puede ser un medio legítimo para rendir homenaje o recordar una realidad espiritual”, detalló.
En este sentido, mencionó pasajes bíblicos que muestran veneración a objetos y personas consagradas, por ejemplo el respeto al Arca de la Alianza (2 Samuel 6, 6-7), al Templo de Jerusalén (Salmo 138, 2), y a los grandes hombres de fe mencionados en el libro del Eclesiástico, capítulo 45. “La veneración no es idolatría cuando reconoce que la santidad viene de Dios”, dijo.
La Iglesia Católica no improvisó esta práctica, comenta el padre Zarazúa, pues desde el siglo VIII, el Segundo Concilio de Nicea (año 787) definió la legitimidad de venerar imágenes sagradas y pedir la intercesión de los santos, diferenciando claramente entre adoración a Dios y veneración a sus siervos. Esta enseñanza fue ratificada por el Concilio de Trento (siglo XVI), especialmente en respuesta a las objeciones de la Reforma protestante.
Entre los signos de veneración legítimos, el padre Zarazúa mencionó el descubrirse la cabeza ante una imagen, besar un crucifijo, arrodillarse ante una imagen sagrada. “Estos gestos no se dirigen a la imagen como si fuera Dios, sino que nos ayudan a elevar el pensamiento y el corazón hacia Dios”, aclaró.
Aunque es posible dirigirse directamente a Dios, el padre Zarazúa recordó que la intercesión no es un obstáculo, sino un apoyo espiritual, como lo indica el pasaje de Mateo 18, 19-20: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en los cielos se lo concederá”.
El santo es un amigo de Dios que intercede por nosotros. “San Bernardo decía que una súplica sin la intercesión de la Virgen es como una petición sin alas. Pedir a María o a los santos es como pedirle ayuda a un amigo cercano, un sacerdote o a un consagrado aquí en la tierra”, explicó.
El superior de la Fraternidad Misionera subrayó que venerar a los santos es, en el fondo, reconocer la acción de Dios en ellos. La santidad no es obra propia, sino gracia acogida y vivida con fidelidad. “Al venerar a los santos, también estamos bendiciendo a Dios, autor de su santidad”, concluyó.
Esta devoción no solo nos ofrece intercesores ante el cielo, sino también modelos concretos de vida cristiana, que nos animan a seguir el mismo camino de fidelidad, humildad y amor.
Fuentes para la realización de esta nota: P. Jorge Zarazúa; Catecismo de la Iglesia Católica (N. 2132, 1161); Misal Romano; “Redemptionis Sacramentum” (Congregación para el Culto Divino, 2004; N. 71, 72-73)
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