¿Cuál es la oración más poderosa? Es el Padre nuestro.
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
“La oración del Señor”, “La oración bella y sabia”, “La oración más poderosa“.
Hay muchas formas en que se puede describir al Padre nuestro. Santo Tomás de Aquino la describió como la más perfecta de todas. “En ella no sólo pedimos todo cuanto podemos desear correctamente, sino también en el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que ordena también todos nuestros afectos”, escribió.
La oración del Padre nuestro fue pronunciada por Jesús, luego de que uno de sus discípulos le pidiera enseñarles a orar. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, san Lucas da de ella un texto breve con cinco peticiones (Lc 11, 2-4), san Mateo una versión más desarrollada con siete peticiones (Mt 6, 9-13).
No puede haber mayor dicha para los creyentes que el poder dirigirnos a Dios como “Padre nuestro”, que es para nosotros, como comunidad que ora, la más bella gracia concedida por Jesús, el Hijo unigénito de Dios, nuestro Hermano que nos revela al Padre, y por quien nos convertimos en hijos del Creador por medio del Bautismo.
Sin embargo, como explicó el Papa Emérito Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, la palabra nuestro “nos exige entrar en la comunidad de los demás hijos de Dios. Nos exige abandonar lo meramente propio, lo que separa. Nos exige aceptar al otro, a los otros, abrirles nuestros oídos y nuestro corazón”.
Y solo así, por la acción del Espíritu Santo, que derrama su gracia en las comunidades que oran, los pecadores, hermanados con Jesús, podemos levantar los ojos al Padre y decirle: “Padre nuestro”; por tal razón, también se dice que el llamar a Dios “Padre” es la oración del Espíritu Santo en nosotros.
El Catecismo de la Iglesia Católica indica que son siete las peticiones que hacemos en el Padre nuestro.
Le hacemos tres peticiones justas y concisas para su gloria:
-Santificado sea tu nombre
-Venga a nosotros tu reino
-Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Posteriormente, cuatro peticiones sobre nuestras necesidades:
-Danos hoy nuestro pan de cada día,
-Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos
-No nos dejes caer en tentación y
-Líbranos del mal; de manera que en primer lugar lo ponemos a Él, y luego a nuestros deseos.
Por otro lado, el Papa Francisco se ha referido a la oración del Padre nuestro como una sinfonía contra el Maligno, y en este sentido, existe una famosa historia que da cuenta del poder de esta oración contra las sombras del mal.
La escritora rusa Tatiana Góricheva, nacida en Leningrado en 1977, narró su historia de conversión gracias al Padre nuestro en sus libros Hablar de Dios resulta peligroso y La fuerza de la locura cristiana.
En su época de estudiante, la religión para ella era algo totalmente ajeno, y el enfoque de su vida se basaba en superar a los demás, no en amarlos, menos en “amar hasta la muerte, como únicamente lo hiciera Jesús, al que aún yo no conocía”.
De día, Tatiana asistía a clases y acudía a conferencias; durante la noche, se la pasaba en buhardillas y bodegas acompañada de bebedores, drogadictos y ladrones, a muchos de los cuales vio morir sin que éstos hicieran el menor esfuerzo por aferrarse a la vida, ya que no tenían motivos para vivir. Como muchos de sus amigos, ella también fue invadida por una melancolía de la que no se podía deshacer, se sentía atormentada por angustias incomprensibles y creía que se volvía loca.
Cuando parecía haber perdido toda esperanza, se acercó a un grupo de meditación, en el que adquirió un libro, mismo que entre sus propuestas para la relajación estaba el rezar el Padre nuestro. Nunca había rezado ni esa ni ninguna oración, pero atendió la instrucción; el efecto fue tal que la repitió seis veces, y de repente se sintió transformada por completo.
“En los meses siguientes a mi conversión -escribió Tatiana Góricheva-, viví en tal estado de euforia, que el sólo hecho de oír pronunciar la palabra ‘Dios’ era suficiente para inundarme de dicha”.
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