¿Es posible que las oraciones tengan un poder milagroso? La respuesta, aunque simple y directa, merece una reflexión más profunda y un análisis detallado. El padre José Alberto Medel, responsable de Liturgia en la Diócesis de Xochimilco en la Ciudad de México, ofrece argumentos que dan respuesta a este planteamiento.
“Es muy común encontrar por diversos medios oraciones entendidas como textos escritos que dicen ser muy milagrosos. Incluso, hay personas que presumen de ser orantes que pueden decir estas ‘oraciones poderosas’. Creo que debemos encender señales de alarma cuando vemos este tipo de exageraciones”, advierte.
El sacerdote explica que “el poder de una oración y su fuerza no está en la fórmula mágica: si lo dices así, si lo haces así, si lo cumples así, entonces esto se produce”. De hecho, asumirlo de ese modo es un grave error que lleva a “degradar la oración”.
“La eficacia de la oración no está en que cumplas con requisitos. La eficacia de la oración está, como decía santa Teresa de Jesús, en que entables un diálogo íntimo de amor con quien sabes que te ama, que es Dios”, abunda el padre Medel.
“¿Cuál es el parámetro de la oración milagrosa? La misma iglesia, nuestra madre, nos lo enseña: el catecismo de la iglesia Católica en su cuarta parte aborda el paradigma de la oración: el Padrenuestro”, explica.
“Los apóstoles le dicen a Jesús: enséñanos a orar. A lo mejor con nuestras palabras le podríamos decir: Señor, enseña la oración más milagrosa, la más poderosa; pero cuando Jesús responde enseñando el Padrenuestro, no nos dice exactamente apréndanse una fórmula, tienen que decir estas palabras literalmente para que surtan efecto, ¡no!”, indica el padre Medel.
En cambio, “lo que el Señor nos está enseñando es el espíritu, el ejemplo, el corazón de toda oración; ahí en la cuarta parte del catecismo, la Iglesia nos lo explica detenidamente”, abunda.
“Debe ser una oración con la confianza de un hijo ante su padre; por eso comenzamos diciendo: Padre, reconocemos tu poder y tu amor. En una parte muy importante le decimos: hágase tu voluntad, pues estoy tan seguro de tu amor que yo sé que lo que tú determines va a ser lo mejor para mí, aunque yo no lo alcance a ver o no lo comprenda”, sostiene.
“Que se haga tu voluntad. Así como se hace en el cielo, que se haga aquí en la tierra, en mi vida, en mi propia existencia. Esta es la verdadera oración milagrosa. Luego, Dios nos lleva a la vida a perdonar, a compartir, a dar”.
El padre Medel es tajante: “Desconfíen de libritos que promuevan una ‘oración poderosa’, una ‘oración milagrosa’. Si tú llegas a ver esta frase, ¡eso es superstición! Y si una persona se ostenta como alguien que dice obtener milagros o hacer milagros porque hace oraciones de esta naturaleza, con mayor razón ten cuidado, porque eso no viene de Dios”.
No obstante, matiza: “La oración poderosa, si es que mereciera ese adjetivo, es la que se hace en el espíritu de Jesús, como él nos lo enseñó en el Padrenuestro; es decir: confiando en Dios, confiando en sus designios, e incluso deseando que se cumplan los de Él y no los nuestros”.
“Con esa sencillez, vayamos a orar y digámosle al Señor: aquí estoy con mis necesidades; porque, se vale expresarle lo que nos duele, lo que nos preocupa, lo que necesitamos; ¡claro que se vale!, pero hay que ir y decírselo, porque es saludable para nuestro corazón”.
De igual manera, el sacerdote reitera que la actitud no debe ser de soberbia ni de chantaje, como ocurre cuando se exige: “Cumple lo que te pido” o “a ver cómo te obligo a que me cumplas”, pues se estaría incurriendo en “manipulación”.
Lo realmente necesario es que la oración se haga en el espíritu de Jesús. ¿Cuál es? El que nos lleva a decir: Señor te expreso lo que necesito, lo que quiero, lo que me hace falta, lo que tengo como expectativa, lo que yo desearía que sucediera. Te lo digo como lo siento, pero te pido hacer en mi vida lo que tú quieres… “y Dios que nos ama tanto, efectivamente nos dará el prodigio con su infinito poder de aquello que realmente necesitamos”.
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