El Óbolo de San Pedro es una contribución que los fieles de todas las diócesis del mundo hacen al Papa, sin importar si es pequeña o grande; su importancia, es que muestra el sentido de pertenencia a la Iglesia, así como de amor y de confianza en el Santo Padre. En otras palabras, es un signo concreto de comunión con él, como sucesor de san Pedro, y también de atención a los más necesitados, a quienes el Papa siempre cuida.
En primer lugar, el Óbolo de San Pedro sirve para sostener la misión del Santo Padre extendida por todo el mundo con el anuncio del Evangelio. Con las contribuciones de los fieles, se apoya la promoción del desarrollo humano integral, la educación, la paz y la fraternidad entre los pueblos.
Asimismo, se sostienen numerosas obras caritativas en favor de las personas, las familias en dificultad y las poblaciones afectadas por calamidades naturales y guerras, o que necesitan asistencia o ayuda para el desarrollo.
La Jornada del Óbolo de San Pedro, también llamada “Jornada mundial de la caridad del Papa” se celebra anualmente el 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, o en el domingo más próximo a ella, por lo que en este 2024 se celebrará el 30 de junio.
Todos estamos invitados a rezar de manera especial por el Papa y a ofrecer nuestra contribución en la iglesia en la que asistimos a la Santa Misa.
Sin embargo, durante todo el año se pueden hacer aportaciones enviando directamente la ofrenda al Santo Padre, ya sea a través del sitio web o mediante transferencia bancaria, giro de correos o cheque.
Gracias a las donaciones al Óbolo de San Pedro, el Papa Francisco apoya 192 proyectos en 72 países: 40,1% en África; 22,4% en Europa (Ucrania); 19,8% en América; 16,1% en Asia (Esto de acuerdo con el último informe publicado, en 2023)
Jesús, durante su vida pública, dedicada al anuncio de la Buena Noticia, aceptó ayuda material para sustentarse con el grupo de los doce apóstoles (Lc 8, 1-3). Gracias a estas ayudas, también socorrían a los más necesitados (Jn 12, 4-7). Tras Pentecostés, en el tiempo de la Iglesia, surgió la exigencia de sostener a quien se dedicaba totalmente al anuncio del Evangelio (1 Tim 5, 17-18). San Pablo, en las Iglesias que fundó, promovió la colecta a favor de la Iglesia Madre de Jerusalén, que afrontaba graves dificultades económicas; en la Primera Carta a los Corintios escribió: “En cuanto a la colecta en favor de los santos, hagan también ustedes lo que mandé a las iglesias de Galacia: que en los primeros días de la semana cada uno de ustedes deposite lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas precisamente cuando llegue yo. Cuando me encuentre ahí, enviaré con cartas a los que hayan considerado dignos, para que lleven a Jerusalén el don de su generosidad. Y si conviene que vaya también yo, irán conmigo”.
Esta contribución concreta para las necesidades de la comunidad ha tomado distintas formas a lo largo de la historia, haciendo emerger la conciencia de que todos los bautizados están llamados a sostener, también materialmente, con lo que puedan, la obra de evangelización, y, al mismo tiempo, a socorrer a los más necesitados en cualquier lugar del mundo.
El Óbolo como donación al Sucesor de Pedro tomó forma estable en el s. VII con la conversión de los anglosajones y en relación con la fiesta del Apóstol San Pedro, a quien Jesús confió su Iglesia. En los siglos sucesivos creció con la adhesión al cristianismo de otros pueblos europeos, siempre como una muestra de agradecimiento y devoción al Papa, como expresión de la unidad de la Iglesia y de corresponsabilidad eclesial.
El término “Óbolo de San Pedro” fue usado desde el Medievo para identificar el censo; es decir, la contribución anual pagada a la Santa Sede por los Estados o las Señorías locales que se habían colocado bajo la soberanía del Papa.
Con la Reforma protestante y el fin del régimen feudal, cesaron estas relaciones entre las monarquías europeas y el Papa. En la época moderna, poco antes del final del Estado Pontificio (1870) y de la pérdida de las rentas de las posesiones territoriales, surgió en toda Europa y en ultramar una sorprendente iniciativa dirigida a ofrecer al Papa una ayuda material. Esta afectuosa reacción de los católicos fue de gran consuelo para el Pontífice.
También en aquel periodo de crisis, el Santo Padre cuidó de los que más sufrían (recordemos, por ejemplo, el desastroso terremoto de Croacia de 1881), destinándoles una parte del Óbolo. En efecto, el Papa no podía dejar de compartir la ayuda recibida con cuantos se encontraban en situación de grave necesidad, manifestando así la premura de un padre que se ocupa de todos sus hijos: recibe para dar, y para dar a quienes en ese momento más lo necesitan.
Con información de: Óbolo de San Pedro
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