La Misa ha llegado a la homilía. Es el momento en el que el sacerdote explica a los fieles el Evangelio que se ha proclamado. El sacerdote está hablando con mucho entusiasmo, inspirado, motivado y motivador… de pronto, ¡un niño llora!
Lo hace sin inhibiciones, sin respeto al qué dirán y a todo pulmón, como sólo saben hacerlo los niños.
Alguien ha dicho por ahí que los gritos de los niños son como ‘el canto de los pájaros’, pero al pobre sacerdote que estaba predicando aquel llanto lo ‘saca de onda’, lo distrae, se le va el hilo y decide guardar silencio hasta que el niño se calle o hasta que sus papás lo saquen del templo mientras deja de llorar.
¡Nada! Los papás han de pensar que toda la gente está tan acostumbrada al llanto de su hijo como ellos mismos. El molesto silencio y el molesto llanto continúan.
Una señora, de esas que son ‘dueñas’ de la iglesia, se acerca con autoridad a la impávida familia del niño y les pide que se salgan con todo y su hijo llorón para que el sacerdote pueda continuar su interrumpido sermón.
Los padres del niño, enojados, indignados, citan muy sabiamente las palabras de Jesús “dejen que los niños vengan a mí”, y se arma la guerra… Lástima que el que me lo contó no me dijo en qué terminó, ojalá que haya terminado en una homilía del sacerdote sobre la tolerancia y la comprensión.
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¿Les ha llegado una de esas invitaciones a una boda en la que al final, con discretas letras, se pone “no se admiten niños”?
¡Pero si son los niños los que más gozan las bodas y las fiestas! ¿Cómo no se va a aceptar a los niños a una boda que es, precisamente, la celebración del inicio de una familia?
Yo nunca he visto, gracias a Dios, un letrero en algún templo que prohíba la entrada a los niños. Capaz que el mismo Jesús venía y lo quitaba después de darnos un buen coscorrón como se los debió haber dado a los apóstoles que trataron de evitar que unos niños lo importunaran.
Pero los niños lloran, gritan, dan lata, corren por los pasillos, ¡molestan! ¿Aún así debemos aceptarlos?
Yo creo que es problema de los papás. En mi comunidad hay de todo. Niños que se comportan muy decentemente en la Misa y niños que parecen, sólo parecen, contratados por el demonio para distraer y hacer perder la devoción.
No podemos prohibir a las familias que asistan con niños a Misa porque estaríamos traicionando ese amor que la Iglesia profesa a la familia, pero sí podemos educar a la comunidad para que cuando un niño da lata, el papá o la mamá lo lleven a dar una vueltecita fuera del templo mientras se tranquiliza. Poco a poco el niño comprenderá que el estar en Misa exige de él una conducta apropiada hasta donde los niños puedan tenerla.
Mi sacristán tiene una reserva de paletitas que hace llegar discretamente a los niños llorones.
Lo que no podemos hacer, ni los sacerdotes ni los buenos fieles de siempre, es hacer que una familia se sienta arrojada del templo por el delito de tener un hijo chillón.
* El padre Sergio Román del Real, sacerdote emérito de la Arquidiócesis Primada de México, falleció el 9 de septiembre de 2021. Durante muchos años fue colaborador de Desde la fe y, con sus letras, acercó a miles de fieles a Dios.
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