Uno de los casos más conocidos en México relacionados con la acción de la Santa Inquisición, tiene que ver con una muñeca de trapo del siglo XVIII.
Resulta que un joven llamado Francisco Palacios -de unos 15 años- conoció a una mujer que por lo menos le doblaba la edad y que estaba casada; su nombre era Josefa Sosa.
Se enamoraron, pero para mantener su relación en secreto, la mujer le pidió al joven que, aprovechando que tenía cierta cercanía con la iglesia, pues tocaba en el coro, se metiera a la vida religiosa, y así lo hizo. De esa manera nadie sospecharía de su amor.
La mujer le obsequió entonces una muñeca de trapo elaborada por ella misma para que, cada vez que la viera, la recordara y pensara en ella.
Pero con el tiempo, Francisco se dio cuenta que la vida religiosa no era lo suyo, y buscó la manera de salirse del convento. Comenzó a decir blasfemias y a pelear con sus compañeros y superiores, pero aquello no fue suficiente.
Llegó a ser tanto el odio que tenía por su entorno religioso, que entonces él mismo se entregó a la Santa Inquisición, inventando que aquella muñeca era el testimonio de un pacto que había hecho con el demonio. Y es que, era tanta la desesperación de Francisco que prefería que lo encarcelaran a seguir en el convento.
Ante el Santo Oficio, el joven inventó que un día el demonio se le había aparecido en su celda y él le ofreció su alma a cambio de que lo sacara de la religión y que pudiera enamorar a cuantas mujeres quisiera.
El demonio -aseguró Francisco al Santo Oficio- lo sacó del convento en varias ocasiones y, utilizando unos polvos, podía abrir las puertas de las casas y tener relaciones sexuales con muchas mujeres. Pero también, el diablo le había pedido que confeccionara una muñeca para adorarlo en ella.
Pero un día le llegó el remordimiento, y entonces -dijo- prefirió entregarse al Santo Oficio reconociendo que había cometido herejía.
Sin embargo, Francisco no contaba con que el comisario de la Santa Inquisición comenzaría a investigar, y entonces la historia comenzó a caer al suelo.
Y es que, el comisionado fue descubriendo que las mujeres con las que supuestamente el joven había tenido relaciones sexuales no existían, sólo una: Josefa, quien se vio obligada a explicar que la muñeca no había sido para adorar al diablo, sino para que, mientras Francisco estuviera en el convento, pudiera recordarla.
Josefa también entregó a la Santa Inquisición las cartas que intercambiaba con Francisco. Las de él iban firmadas como “Tu chino”, y las de ella como “Tu negra” o “Tu chata”. También se puede leer cómo se despedían: en ocasiones con el famoso LTMBS (la tierna mano beso solemnemente) o el “El TQM (te quiero mucho) de la época”.
El fraile fue condenado, pero no por el inventado pacto con el demonio, sino por haber dicho que el infierno era una mentira y que las almas cambiaban de cuerpo, opiniones que para la Inquisición del siglo XVIII eran totalmente inaceptables.
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