El tiempo litúrgico puede ser un momento muy significativo para modelar o remodelar nuestra propia identidad como cristianos; dado que estamos muy cerca de la celebración de la Semana Santa valdría la pena contar con un conjunto suficiente de perspectivas para poder aquilatar y confirmar nuestra relación con Jesús de Nazaret, con el Dios de Jesús, nuestro Padre y con el Espíritu Santo que irrumpió definitivamente en Jesús a partir de su bautismo.
Es común concentrar nuestra visión acerca de Jesús en el binomio muerte-resurrección; sin embargo, el primer elemento para entrar de lleno en el acontecimiento Jesús de Nazaret es la necesidad de manejar una visión de conjunto armónica y constitutiva de acuerdo con la perspectiva de los evangelios. Recordemos de paso que la personalidad literaria actual de los evangelios es post-pascual, es decir, tales obras fueron elaboradas después de que había acontecido la resurrección de Jesús.
Teniendo en cuenta esta realidad de base, tendríamos que realizar un proceso de identificación de la siguiente manera: El Resucitado, Jesús de Nazaret, es el Crucificado y únicamente ese crucificado; pero ahí no para el proceso, tendremos que añadir que el Crucificado es el Profeta Mesiánico del Reino de Dios y solamente Él; finalmente, tendremos que reconocer que el Profeta del Reino es Jesús de Nazaret sobre quien irrumpió el Espíritu Santo de forma plena en su bautismo, exclusivamente Él es el Mesías, el Ungido por el Espíritu.
Cambiando congruentemente el proceso en dirección opuesta tendríamos entonces en nuestras manos la estructura básica del acontecimiento Jesús de Nazaret de la siguiente manera: El Mesías de Dios por la irrupción del Espíritu, acontece como Profeta del Reino de Dios; a ese profeta del Reino de Dios, debido a su modo de actuar, lo mataron ejecutándolo en la Cruz y exactamente por ello, Dios, nuestro Padre lo reivindicó resucitándolo de entre los muertos.
2.- Los conflictos que se suscitaron con Jesús, Mesías de Dios y profeta del Reino.
Jesús no llegó directamente a la muerte de Cruz; no, para nada. Nos tiene que quedar claro que Jesús no se murió, sino que lo asesinaron los poderes fácticos de la sociedad en que vivió. Y esta trágica realidad de abuso de poder sobre el profeta del Reino, se fue gestando poco a poco, pero de manera cada vez más pronunciada y a eso le llamamos: Los Conflictos de Jesús.
Jesús enfrentó y tuvo que contar con la amenaza cierta de muerte desde los inicios de su acontecer como profeta del Reino de Dios. Baste recordar algunos textos de los mismos evangelios a este respecto. “Levantándose, lo sacaron fuera de la ciudad (Nazaret) y lo llevaron hasta la parte más alta sobre la que estaba edificada su ciudad, con la intención de despeñarlo.” Lc 4, 14-30; “Apenas los fariseos salieron de la sinagoga se confabularon con los partidarios de Herodes para acabar con Jesús.” Mc 3,1-6; Mt 12, 9-14; Lc 6,6-11; “En ese momento se presentaron unos fariseos, que le dijeron: ¡Tienes que salir e irte de aquí, porque Herodes quiere matarte! Lc 13, 31-33; Finalmente, estando ya Jesús en Jerusalén, nos encontramos con lo siguiente: “ Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para arrestar con engaño a Jesús y darle muerte. Pero decían –No conviene durante la fiesta, para que no se provoque un alboroto en el pueblo-.” Mt 26, 1-5; Mc 14,1-2; Lc 22, 1-6; Jn 11, 47-53; A esta serie de datos tendríamos que llamarles conflictos a muerte, es decir, de alta intensidad.
Sin embargo, Jesús también enfrentó conflictos de baja intensidad que habían surgido como reacción de parte de su familia y de sus paisanos; aquellos que surgieron entre sus discípulos que experimentaron grandes desconciertos por el comportamiento alternativo de Jesús, estos desconciertos llegaron a su máxima expresión en Jerusalén con la traición de uno de los doce: Judas, la negación de Pedro y la dispersión de los discípulos que huyeron en el momento más conflictivo entre Jesús y las autoridades de Jerusalén.
Se trata de un drama histórico mesiánico que desconcertaba de manera radical tanto a las autoridades centrales como al mismo pueblo; podemos decir siguiendo la pauta de los evangelios, especialmente el de Marcos, que el Mesianismo y la praxis mesiánica de Jesús por el Reino fueron un acontecimiento radical pero profundamente controvertido.
Sin embargo, la reacción continua y decidida de Jesús ante su Padre, ante el pueblo y ante las autoridades religiosas y políticas, fue la de mantener una profunda fidelidad al proyecto del Reino de Dios. Por ello, siguió actuando como liberador de los males múltiples del pueblo, desde la enfermedad hasta la misma muerte, pasando por los múltiples exorcismos liberadores a favor de los dominados por el espíritu del mal.
Suena rotunda la determinación de Jesús: “Jesús les respondió: <Vayan a decir a ese zorro que hoy y mañana expulsaré demonios y haré curaciones y no pararé hasta que complete todo al tercer día>” Lc 13,31-35;
En medio de la muerte amenazante, en medio de los conflictos, Jesús pone en claro que es inmensamente libre, que sólo se atiene al deseo de su Señor, el Padre. En lugar de reducir su actividad liberadora en medio del pueblo, la acrecienta y le imprime una nota inconfundible: jamás reaccionó haciendo uso de la violencia con sus múltiples rostros de amenaza. Además advirtió con toda claridad que este mismo talante era característico de todos aquellos que quisieran formar parte activa del proyecto del Reino en la época mesiánica que él había inaugurado de forma decisiva y definitiva. “Yo he venido a encender fuego sobre la tierra. ¡Y cómo deseo que ya esté ardiendo! Debo sumergirme en una prueba dolorosa ¡Y qué angustia siento hasta que todo esté cumplido! ¿Creen que he venido a poner paz en la tierra? ¡No! Les aseguro que he venido a poner división. Desde ahora, los cinco miembros de una familia estarán enfrentados: tres contra dos y dos contra tres. El padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra” Lc 12, 49- 53; Mt 10, 34-36;
En el huerto de Getsemaní, según Marcos, Jesús descubre un momento álgido de su existencia mesiánica a Pedro, Santiago y Juan. “¡Me estoy muriendo de tristeza!”
Tristeza por Jerusalén, la ciudad de Dios desde muy antiguo; los habitantes de Jerusalén, especialmente las autoridades religiosas habían convertido la morada de Dios en un negocio que era el espejo nítido de una Cueva de Bandidos. Ellos habían pervertido la Presencia transformadora de Dios en un sistema religioso contradictorio que se cerraba a cal y canto en sus seguridades y habían rechazado la novedad desconcertante de Dios en la persona y acontecer típicos de Jesús, el Mesías de Israel.
Tristeza por una contradicción mayúscula: estos hombres religiosos, devotos, apegados a las normas de una visión de la Torah, resulta que por defender sus propios intereses dejan ver que realmente son unos asesinos, los que decidieron la muerte violenta de Jesús.
Tristeza por su contradictoria visión de la realidad, porque al ungido de Dios, lo declararon un embaucador del pueblo, un peligro amenazante, un falso profeta, un engañador y falso Mesías. Eso suena a una estupidez rampante que pretende saciarse e imponerse por el abuso de poder exactamente colocándose en las antípodas de la verdad última en que Dios consiste y que Jesús había hecho patente en su modo de actuar.
Tristeza por la rebeldía nefasta de una sociedad mortífera: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los enviados de Dios!” ¿A quién se le ocurre desde tiempos antiguos matar y apedrear a los profetas de Dios? Pues nada menos que a los miedosos de la historia, para quienes es mejor repetir el esquema tradicional que disponerse a participar gozosamente en un acontecimiento de recreación de la vida y de la sociedad, es decir, practicar la Justicia que Dios, nuestro Padre, ama.
Tristeza por sus mismos discípulos. “Jesús les advirtió: -todos ustedes van a fallar como afirman las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.” Entre sus mismos incondicionales, Jesús descubre la tremenda realidad de la inconsistencia, del miedo, de quienes ante el espectro de la muerte indebida prefieren desaparecer de la palestra de lo eterno en la historia y ponerse a buen seguro, lo cual, como mínimo, es un engaño total.
Tristeza por las autoridades romanas que en contubernio interesado con las autoridades judías decidieron ejecutar a Jesús como una amenaza para el Imperio Romano suponiendo falsamente que ese imperio, por el uso de la violencia y de la fuerza destructora, seguía siendo la única alternativa para ordenar la vida de los seres humanos y de las sociedades que sojuzgaban con sus fuerzas armadas, las temibles legiones romanas. Los pretendidos señores de la historia, resulta que eran esclavos de su propia pretensión de preponderancia porque no podían convencer a otras sociedades mediante el diálogo y el mutuo acuerdo, sino sólo a base de amenazas de muerte. Basta que haya un ser humano que difiera de su proyecto y la única solución, que no soluciona nada, es hacerlo desaparecer violentamente.
El extraordinario acontecimiento de la Resurrección de Jesús apunta directamente al acto definitivo de Dios, nuestro Padre, que no sólo está atento a la historia, sino que toma posición definitiva para que quede claro de qué lado de la historia está y de qué lado no puede estar. Ahí acontece el inicio definitivo de la Escatología que es cosa de Dios en la historia.
La alegría y el gozo por Dios, nuestro Padre, que al resucitar a Jesús de entre los muertos se revela plenamente como el Dios de la Vida perenne, de la vida plena en su máxima expresión de posibilidad y de realización. Por lo tanto, para todos nosotros como creyentes, ahora nos queda totalmente claro que no hay otro Dios más que el Padre de Jesús. Él, es único, incomparable e insustituible y, por supuesto, no hay otro más con quien se pueda comparar.
La alegría y el gozo por Dios, nuestro Padre, que reivindica de forma definitiva a las víctimas inocentes de la historia; por supuesto que Jesús es el paradigma central de todas las víctimas de la historia que fueron muertos o asesinados por su radical pasión por la justicia en la historia de los seres humanos. Todos esos justos de la historia, Jesús al centro de todos, revelan que la Justicia de Dios es eterna. Ahora queda totalmente diáfano que la práctica de la Justicia es el camino de la vida plena sin temor a equivocación.
La alegría y el gozo por el Espíritu Santo que nuestro Padre envió sobre Jesús desde el bautismo; el Espíritu es la fuerza creadora y recreadora de todas las existencias de los seres humanos a partir de lo que aconteció en Jesús, Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo. Con toda la fuerza que ello supone tenemos que afirmar que el Espíritu Santo a partir de Jesús es quien guía la historia hasta su plena maduración escatológica y no lo hace sólo sino con aquellos que están dispuestos a modelar su existencia según el paradigma de Jesús, el Mesías.
La Alegría y el gozo porque Dios, nuestro Padre, al resucitar a Jesús lo constituyó en Señor del universo y de la historia. Esto implica que el modo de existencia de Jesús de Nazaret, su talante, su estilo, es decisivo para todos aquellos que deseamos y estamos dispuestos a ser sus discípulos para revelar la presencia y constitución del Reino de Dios en nuestra historia.
La alegría por la reconstitución de los discípulos, en primer lugar de las mujeres discípulas las que acompañando a Jesús desde Galilea permanecieron fieles y fueron las primeras en recibir la gran noticia de la actuación del Padre al resucitar a Jesús y se convirtieron en las primeras anunciadoras del acontecimiento escatológico.
Por supuesto que también los discípulos que habían huido a la hora de la verdad suprema, ellos fueron reconstituidos como comunidad mesiánica vigente y desde ese momento fundamental se convirtieron y se dispusieron a mantener viva la memoria de Jesús y, por el acto del Espíritu, dedicaron toda su existencia a construir a lo largo del imperio romano las comunidades mesiánicas como alternativa social, política y religiosa.
La alegría porque Dios nuestro Padre, no se hizo cómplice, no se puso del lado de los victimadores: No se puso del lado de las autoridades religiosas de Israel quienes, con la ley en la mano decidieron matar a Jesús y acabar así con su causa. Mucho menos se hizo cómplice con las autoridades romanas revelando con ello, que tanto unos como los otros, estaban en las antípodas del querer y del actuar de Dios en la historia.
Finalmente, la alegría por todas las discípulas y discípulos de Jesús, muchos de los cuales fueron perseguidos, encarcelados, asesinados y permanecieron fieles al Evangelio de Dios, proclamando con su vida y con su muerte que la muerte no tiene la última palabra en la existencia de los discípulos porque la Justicia de Dios que en ellos aconteció es eterna.
Cada uno de nosotros estamos invitados a entrar, a través de la lectura de los evangelios y otros escritos de la Palabra de Dios, en la entraña más profunda de nuestra definición existencial como discípulos continuadores de los que Dios, nuestro Padre, echó a andar en la persona y acontecimiento de Jesús: El Reino de Dios en la historia.
Habrá que estar atentos y fieles a la presencia activa y recreadora del Espíritu Santo en todos y cada uno de los que formamos las comunidades cristianas de tal manera que podamos poner en práctica el Evangelio de Dios en nuestras actuales circunstancias.
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