Foto: Mariana Arias/Cathopic
La Misa o Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús. Es el rito más importante de la Iglesia Católica y todos los sacramentos se ordenan para fin de ella.
“La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos”, asegura el Papa Francisco.
La Misa nació en la Última Cena, cuando Jesús, sabiendo que su muerte estaba cerca, se reunió con sus discípulos y les pidió a sus apóstoles que prepararan todo lo necesario para celebrar la cena de la Pascua, rito con el cual los judíos conmemoran la libertad que Dios les dio a sus antepasados cuando eran esclavos en Egipto.
En la intimidad de la Última Cena, pocas horas antes de su muerte, Jesús nos entregó su vida en el pan y en el vino; es decir, su cuerpo y su sangre real y verdaderamente, pues mientras cenaba les dijo a sus discípulos que Él estaría con nosotros hasta el final de los tiempos, cada vez que repitiéramos lo que Él hizo en ese momento.
Así, instituyó la Eucaristía y les dio a los apóstoles y a sus sucesores el mandato de celebrar siempre el sacrificio eucarístico en memoria suya. Con las palabras “Haced esto en conmemoración mía”, Jesús da a los sacerdotes la orden y el poder de hacer lo mismo que Él hará en su pasión: entregarnos su cuerpo y su sangre para que tengamos vida, para el perdón de nuestros pecados. Cristo manda a sus discípulos celebrar la Eucaristía hasta que Él regrese a juzgar a vivos y muertos.
La palabra “Misa” aparece por primera vez en nuestra lengua en el poema de Mío Cid. Proviene del latín “missa” y fue tomado de la fórmula final del oficio religioso “Ite, missa est”, habitualmente traducido como “Pueden irse, la Misa ha terminado”.
En realidad, en esta fórmula litúrgica, “missa” se refiere a la oración que se envía a Dios en la celebración, de modo que la traducción correcta sería “pueden irse, nuestra plegaria ha sido enviada”.
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