Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia son guías esenciales y articuladoras de la enseñanza social de la Iglesia y sirven para buscar y promover un mundo mejor, donde sea posible la justicia y la paz.
Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia Católica tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras, iluminan las realidades históricas, sociales, políticas y económicas, y tienen un valor ético para el actuar de los cristianos y personas de buena voluntad. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia reconoce los siguientes 6:
Todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, posee una dignidad inviolable e inalienable que le confiere derechos y deberes. La Iglesia defiende la dignidad humana frente a cualquier atentado contra la vida, la libertad, la justicia y la paz.
Es el conjunto de condiciones sociales que permiten a las personas y a los grupos alcanzar su perfección y su bienestar integral. Implica el respeto a la dignidad humana, la promoción del desarrollo humano, la participación ciudadana, la paz social y la protección del medio ambiente.
Este principio establece que las responsabilidades y las funciones sociales deben asignarse al nivel más bajo posible, de modo que se respete la autonomía y la iniciativa de las personas y de las comunidades intermedias. Establece que las instancias superiores deben ayudar y apoyar a las inferiores cuando estas no puedan cumplir con sus tareas.
Expresa la unión fraterna entre todos los seres humanos, que se reconocen como miembros de una misma familia humana. Implica el compromiso de compartir los bienes, de colaborar en la solución de los problemas comunes, de defender los derechos humanos y de promover la paz y la justicia especialmente entre los más débiles y excluidos socialmente.
Significa que Dios creó el mundo y todo lo que hay en él para el bien de todos los seres humanos, sin exclusión ni preferencia. Por lo tanto, todos tienen el derecho de acceder a los bienes de la creación para satisfacer sus necesidades básicas y desarrollar su vocación.
Todas las personas tienen el derecho y el deber de contribuir al bien común de la sociedad, según sus capacidades y talentos. Esto implica que todos puedan participar activamente en la vida política, económica, cultural y religiosa de la comunidad a la que pertenecen.
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