La lectio divina es una lectura reflexiva y orante de algún pasaje de la Biblia. Nos ayuda a encontrarnos con Dios, a profundizar en su misterio y en su amor, a abrirnos a la escucha y reflexión de su palabra y a dialogar con Él, dejando que su palabra ilumine, oriente y transforme nuestra vida.
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Mediante la lectio divina, la experiencia del silencio, de la meditación, de la oración y de la contemplación nos ayudan a que, por el don del Espíritu Santo, la palabra divina se convierta para nosotros en fuente de gracia, y a que nuestra vida se transforme cada vez más asemejándose a la de Cristo.
En palabras del Papa Benedicto XVI: “La lectio divina «consiste en meditar ampliamente sobre un texto bíblico, leyéndolo y volviéndolo a leer, rumiándolo […] y exprimiendo todo su jugo para que alimente la meditación y la contemplación, y llegue a irrigar como la savia la vida concreta. Como condición, la lectio divina requiere que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo inspirador de las Escrituras, y ponerse, por tanto, en actitud de religiosa escucha”.
Tradicionalmente la lectio divina se realiza llevando a cabo los siguientes pasos:
Estos pasos son momentos que estructuran el encuentro de vida con Dios y nos orientan en el camino de la oración con la palabra divina. Se deben seguir como una ayuda, pero sin rigidez en su utilización. El criterio fundamental no son los pasos, sino el encuentro con el Señor, y los pasos deben utilizarse sólo en la medida en que nos ayuden a irnos adentrando en el encuentro con Dios.
Se debe leer el texto bíblico las veces que se requiera, hasta descubrir a Dios vivo que se hace presente y habla en él. Más que lectura, vemos a Dios cara a cara y escuchamos lo que nos quiere decir. Grabamos las palabras sagradas en la memoria y en el corazón; nos apropiamos de su mensaje, y dejamos que el mensaje se apropie de nosotros, nos ilumine y nos convierta a Dios. Se necesita entonces una lectura atenta, hecha con fe, con actitud de escucha y de obediencia. Se debe prestar suma atención a cada palabra y a cada idea, para descubrir cuál es el tema central y comprender su sentido literal.
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Viene ahora la meditación o profundización del texto; hay que reflexionar ampliamente sobre el pasaje leído, intentando penetrar en él, conocer más de cerca su significado, su sentido y sus implicaciones. Hay que darle vueltas en la cabeza y en el corazón para encontrar el mensaje que Dios quiere dar a través de él.
A este paso los antiguos monjes le llamaban «ruminatio» (rumiar), porque consiste en «masticar», «machacar», «desmenuzar», «buscar y sacar el jugo» del texto que se ha leído, valiéndose de una atenta reflexión sobre él. Las notas de los misales suelen ser muy útiles para la profundización. La meditación les llevará a encontrar en el texto bíblico la palabra viva de Dios que interpela, orienta y modela la vida familiar.
Ahora, después de haber escuchado a Dios, estableces un diálogo amistoso con Él, a través de la oración en silencio, platicas con Él y te unes a Él consciente, libre y amorosamente. A diferencia del ejercicio de la inteligencia que supone la meditación, la oración es un ejercicio del corazón, pues representa un encuentro vital, íntimo y sensitivo con el Señor. Le abres a Dios tu corazón, para que pueda moldearlo con amor.
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En la contemplación, después de platicar con Dios, hay que saber disfrutar en silencio de su presencia. Hay que gozar a nuestro Padre, adorarlo en la intimidad, saber callar (dejar de pedir) y simplemente quedarse con Él, para después vivir reanimados por su presencia que da luz y vitalidad.
Un paso adicional es el llamado actio (acción); es decir, ¿cómo puedes poner en práctica lo que aprendiste? Tal vez el pasaje que leíste hablaba sobre la misericordia de Dios y reflexionaste sobre el perdón, ahora toca aplicar esas enseñanzas en la vida diaria.
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