En 2006, el director de cine mexicano Alfonso Cuarón dirigió una película impactante que se llamó Los Niños del Hombre, del género de ciencia ficción. El argumento nos habla de un futuro muy cercano en el que la humanidad pierde la capacidad de engendrar, y durante veinte años no ha nacido un solo niño. Un mundo sin niños es un mundo sin esperanza.
Tal parece que esa película, poco a poco, se va haciendo realidad en la medida en que la sociedad actual ya no quiere niños.
Hace muchos años, el “Día de las madres” se premiaba a la mamá más prolífera. Dicen que durante la presidencia de Lázaro Cárdenas había propaganda que decía: “Mujer, si eres casada, tener hijos es tu obligación; si eres soltera, es un honor”, y de pronto, ante las presiones económicas de los países del primer mundo, nuestro gobierno decidió que nos fuéramos haciendo menos. En cincuenta años hemos bajado de seis hijos por familia a dos, y cada vez son menos.
La sociedad occidental, ideologizada y presionada por la constante propaganda, marcha hacia el auto genocidio, de tal modo que se prevé que, en cincuenta años más, el continente europeo será mayoritariamente de raza negra porque los blancos ya no quieren tener hijos.
La maternidad ha dejado de ser la aspiración de la mujer moderna y ha sido sustituida por la “realización personal” como empresaria, deportista o artista. Cada vez hay más parejas que deciden simplemente no tener hijos.
En los Estados Unidos hay una tendencia de mujeres que se llaman a sí mismas “No Mo”, no mothers, manifestando su rechazo a los hijos. Una de ellas dice: “prefiero ser una tía divertida que una madre neurótica; cuando me canso de mis sobrinos se los regreso a su mamá”.
La legalización del aborto ha venido a contribuir a este ambiente de egoísmo en el que los hijos se ven como un estorbo para la felicidad de los padres.
Cuando la sociedad se va haciendo consciente de lo que sucede en ella, muchas veces es demasiado tarde para corregir las fallas que traerán consecuencias fatales.
Hoy vivimos un fenómeno llamado ‘niñosfobia’. Podría consolarnos el hecho de que solamente se diera en los países del primer mundo, pero lamentablemente en este México nuestro, convivimos una minoría que siente que pertenece ya al primer mundo, y una inmensa mayoría que pertenecemos al tercer o cuarto mundo, si bien nos va.
Los del primer mundo, también en México, manifiestan un rechazo creciente a la presencia de los niños en sus ambientes exclusivos, y de ese modo se prohíbe la entrada a niños a algunos salones de fiestas para celebrar nada menos que el inicio de una nueva familia: en las invitaciones a una boda se pone la nota de que por favor no lleven niños ¡cuando son los niños los que más gozan de esas fiestas!
Me platicaba un amigo que en días pasados planeó unas vacaciones con su familia y que se encontró que en muchos hoteles mexicanos se advierte que no se admiten niños.
Algunas líneas aéreas tienen lugares reservados para los que no soportan viajar con niños. Y algunos restaurantes tampoco los aceptan.
Me tocó ver en Estados Unidos un gran supermercado que tenía un horario especial para ciudadanos ancianos en el que no se admitía a niños. ¿Estorban los niños?
Para muchos jóvenes, y para muchos más adultos, la presencia de niños entre ellos les causa una verdadera molestia, inquietud, ansiedad, ¡Fobia!, dirían los psicólogos; complejo de Herodes, decimos los mexicanos.
Aclaran los niñófobos que no están contra los niños, sino contra los padres de los niños que no han sabido educarlos y que les permiten llorar, hacer berrinches y comportarse groseramente en público; y, en cierto modo, tienen toda la razón. Los papás que no saben educar a sus hijos son la ocasión de que estos sean rechazados por los intolerantes, ¡incluso por sus maestros!
Parece que ni en la Iglesia nos salvamos de esa niñosfobia. Algunos sacerdotes suspenden la celebración de la Misa hasta que una mamá avergonzada atina a sacar del templo a su hijo llorón, que interrumpe con su llanto a todo volumen.
Gracias a Dios, hay otros sacerdotes que hasta van preparados para esa eventualidad y le hacen llegar al niño llorón una paletita ‘mágica’ que lo consuela y alivia a la madre.
Hasta los apóstoles cayeron en la niñosfobia cuando trataron de impedir que unas mamás molestaran a Jesús con sus niños hambrientos de la bendición divina. Jesús los regañó y pronunció aquella frase célebre: “dejen que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Papás, eduquen a sus hijos. Fieles todos, aceptemos a los niños porque todos lo hemos sido, aunque ya ni nos acordemos.
El P. Sergio Román (Q.E.P.D) pertenecía a la Arquidiócesis de México.
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