Antes de la llegada de los españoles, México Tenochtitlán, ubicada en una isla del Lago de Texcoco, estaba comunicada con tierra firme por medio de tres calzadas: la de Tlacopan, la de Iztapalapa y la que conducía el Tepeyac, que fue la que recorrió San Juan Diego cuando acudió a ver al Obispo Zumárraga y cuando acudía a la doctrina en Tlatelolco.
Después de la conquista de México, hubo otra calzada paralela a la del Tepeyac, un camino de piedra en el que quiso invertir el Virrey de Monteclaros luego de que se inundara la ciudad, en el año 1604. Así, con la ayuda de 2 mil peones, realizó en cinco meses lo que hoy se conoce como Calzada de los Misterios, nombre que adoptó en 1675.
En este camino se instalaron 15 monumentos en estilo barroco, a instancias de Isidro Sariñana, Canónigo de la Catedral de México, y de Don Francisco Marmolejo. Cada uno de estos monumentos conmemoraban los 15 misterios del Santo Rosario. Cada uno de ellos fue dividido en tres cuerpos: el de abajo servía de base, el de en medio contenía esculturas de santos en los nichos de los costados, y el cuerpo superior siempre estaba dedicado a la Virgen de Guadalupe.
Llegó a ser costumbre que quienes hacían el recorrido de México al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en peregrinación rezaran mientras tanto el Rosario, guiándose por estos monumentos.
El primero de todos estos monumentos fue costeado por el padre Juan de Zepeda y su madre Doña Jerónima, el 24 de diciembre de 1675, y la obra concluyó en mayo de 1676, por el arquitecto Cristóbal de Medina quien cobró 1,414 pesos, y estuvo dedicado a la Encarnación del Divino Verbo. Los misterios de esta calzada eran los Dolorosos, los Gozosos y Gloriosos. Y la mayoría fueron costeados por donativos y con las limosnas de los fieles, y todos fueron concluidos el 14 de agosto de 1676.
Francisco de Ajorín escribió en 1764: “Desde la Ciudad de México hasta dicho pueblo de Nuestra Señora de Guadalupe, hay una magnífica calzada en línea recta, levantada del piso común más de una vara, la que sirve para comodidad de los pasajeros y para los desagües de las lagunas que suelen crecer tanto que inundan todo terreno, como hemos visto con asombro estos años en que casi igualaban a la calzada”.
Por esta calzada han transitado virreyes, personas ilustres y peregrinos de todas partes del mundo. En 1854, en tiempos del General Santa Ana, la calzada tuvo que ser reedificada por el ingeniero Carlos Villada.
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