La Santísima Virgen María / Imagen: Especial
En un mundo en el que imperan los medios digitales se le ha dado preponderancia al acto de hablar, de emitir mensajes y contenidos que nos permitan ganar seguidores, convencer a otros sobre lo que decimos y hacemos, centrados siempre en reforzar el ego de quien habla y dejando al que escucha en un papel secundario e inerte, listo para ser influenciado y actuar conforme a lo esperado después de recibir los mensajes.
Esta dinámica de comunicación unilateral se ve claramente reflejada en un mundo individualista, hedonista e insensible en el que vale más un “like” vacío que las necesidades profundas que se viven a nuestro alrededor y en el que la voz del ego grita tan estruendosamente que nos ensordece e impide escuchar las suplicas de auxilio que tenemos enfrente, a veces tan obvias como las propias o tan cercanas como las de nuestra familia y amigos.
El acto de escuchar, así tan simple como parece, es una herramienta sumamente poderosa que puede transformar vidas, empezando por la nuestra. Es un arte que logra el equilibrio perfecto entre una disponibilidad pasiva que recibe desde el corazón y una respuesta activa que acompaña hacia el descubrimiento de nuevas posibilidades para amar y servir a los demás.
Poco sabemos de María a través de las escrituras. Sin embargo, los momentos en los que aparece la describen como una mujer llena de fuerza y sensibilidad, con una fe inquebrantable y virtuosa como nadie cuando de seguir la voluntad de Dios se trata, no sólo para obedecerlo, sino para brindarse a sí misma como corredentora de la humanidad.
Es así que de María podemos tomar diversos ejemplos que funcionen como un modelo de escucha activa y acción consciente para cambiar nuestra interacción con los demás, del ensimismamiento a la entrega y el servicio.
Durante las Bodas de Caná (Juan 2; 1-11), María da a los sirvientes la instrucción de obedecer a Jesús para que Él pudiera convertir el agua en vino. Al tratarse del primer milagro que obró Jesús en su vida pública, ésta pudiera ser también la primera enseñanza de María hacia nosotros, al hacernos un llamado contundente a escucharlo, obedecerlo y cumplir su voluntad para transformar nuestra vida.
Nos enseña también a observar las necesidades de los demás, más allá de las palabras. En aquellos momentos fue transformar el agua en vino, un milagro que sólo Jesús pudo realizar, sin embargo, hoy Jesús es un Dios vivo y continúa obrando milagros en nuestra vida, día con día, cuando nos empeñamos en escucharlo y le pedimos la gracia para poder entender sus palabras y actuar conforme a su voluntad.
María nunca escuchó desde sus propias necesidades o inquietudes, sino desde la apertura a entender y asumir la voluntad de Dios: cuando los pastores llegaron a Belén hablando del mensaje que recibieron del ángel; cuando Simeón profetizo su inmenso dolor durante la presentación del niño en el templo, o incluso cuando Jesús se perdió durante tres días en Jerusalén, María utilizó el inmenso poder del silencio para profundizar en su reflexión y alcanzar un entendimiento que va mucho más allá de las palabras, el del corazón.
¿Somos nosotros capaces de dejar a un lado nuestros propios intereses, miedos, ideas y creencias para darle espacio a las necesidades de los demás y a los planes de Dios? Hemos de vivir conscientes de que hay una misión superior para la cual fuimos creados con diversos dones y talentos. Sin embargo, el mayor don que se nos dio es la libertad y es nuestro trabajo abrir los oídos y el corazón para entender ¿qué es lo que Dios espera de nosotros y cómo puedo brindarme hacia los demás?
Es una pregunta llena de esperanza y consuelo que la Virgen de Guadalupe le hizo a San Juan Diego para transmitirle confianza y tranquilidad, sin embargo, nos habla también de la presencia constante de María en nuestras vidas como intercesora, protectora y Madre amorosa.
La calidad de la escucha dependerá siempre del nivel de presencia que tengamos frente a nuestro interlocutor, no se trata sólo de estar físicamente presente, sino de estar en cuerpo, mente y alma. La presencia es un acto de voluntad autentica por hacerle un bien al otro, de apacentar sus temores y ser un alivio para sus dolores.
A partir de esta reflexión te invito a que te hagas 3 preguntas para que evalúes la calidad de tu escucha hacia Dios, hacia los demás y hacia ti mismo:
Solo a través de brindarnos al otro podremos llenar verdaderamente nuestro corazón y escaparnos del vacío existencial y el sin sentido que provienen del exceso de información y las interacciones superficiales, sólo así podremos añadir propósito y significado a nuestras relaciones. “La escucha es dar importancia al otro”. Papa Francisco
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