La Epístola de Judas es una Carta que aparece en el Nuevo Testamento y en la que su autor se identifica como “Judas, servidor de Jesucristo”, por lo que se atribuye que fue escrita por San Judas Tadeo y tuvo como objetivo alertar a los fieles sobre los falsos maestros que, de manera encubierta, se introducían en sus comunidades para sembrar disensión y falsas doctrinas.
La Carta de San Judas Tadeo es un texto breve que aparece en el Nuevo Testamento de la Santa Biblia, después de la Tercera Carta de San Juan, y se estima que se escribió en un periodo que se sitúa antes del año 70 d.C., probablemente alrededor del año 64 o 65 d.C.
De la misma manera, la carta se consideró como una de las “antilegomena”, es decir, libros cuya canonicidad -proceso por el que se aceptó debido a que se consideró que fue determinada por Dios y descubierta por el hombre-, se discutió en algunos círculos, aunque su autenticidad nunca se cuestionó.
La importancia de la Carta de San Judas Tadeo radica en fue un llamado a la defensa de la fe cristiana, ya que en ella exhorta a los fieles a “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”.
Asimismo, la carta destaca la necesidad de recordar las enseñanzas de los apóstoles y mantenerse firmes en la fe ante la amenaza de enseñanzas erróneas, además de proporcionar una orientación sobre cómo enfrentar y resistir la influencia de doctrinas que podrían desviarles de la verdad del Evangelio.
Antes de su canonización oficial en el siglo IV, usualmente se le incluía entre los escritos considerados «dudosos», principalmente a causa del uso que hace su autor de la literatura apócrifa y otras tradiciones extrabíblicas.
“Judas, servidor de Jesucristo, hermano de Santiago, saluda a los que han sido llamados, a los amados de Dios, el Padre, y protegidos por Jesucristo. Llegue a ustedes la misericordia, la paz y el amor en abundancia.
“Queridos míos, yo tenía un gran deseo de escribirles acerca de nuestra común salvación, pero me he visto obligado a hacerlo con el fin de exhortarlos a combatir por la fe, que de una vez para siempre ha sido transmitida a los santos. Porque se han infiltrado entre ustedes ciertos hombres, cuya condenación estaba preanunciada desde hace mucho tiempo. Son impíos que hacen de la gracia de Dios un pretexto para su libertinaje y reniegan de nuestro único Dueño y Señor Jesucristo.
“Quiero recordarles, aunque ustedes ya lo han aprendido de una vez por todas, que el Señor, después de haber salvado al pueblo, sacándolo de Egipto, hizo morir en seguida a los incrédulos. En cuanto a los ángeles que no supieron conservar su preeminencia y abandonaron su propia morada, el Señor los tiene encadenados eternamente en las tinieblas para el Juicio del gran Día. También Sodoma y Gomorra, y las ciudades vecinas, que se prostituyeron de un modo semejante a ellos, dejándose arrastrar por relaciones contrarias a la naturaleza, han quedado como ejemplo, sometidas a la pena de un fuego eterno.
“Lo mismo pasa con estos impíos: en su delirio profanan la carne, desprecian la Soberanía e injurian a los ángeles gloriosos. Ahora bien, el mismo arcángel Miguel, cuando se enfrentaba con el demonio y discutía con él, respecto del cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir contra él ningún juicio injurioso, sino que dijo solamente: ‘Que el Señor te reprima’.
“Estos impíos, en cambio, hablan injuriosamente de lo que ignoran; y lo que conocen por instinto natural, como animales irracionales, sólo sirve para su ruina. ¡Ay de ellos! Porque siguieron el camino de Caín; por amor al dinero cayeron en el extravío de Balaam y perecieron en la rebelión de Coré.
“Ellos manchan las comidas fraternales, porque se dejan llevar de la glotonería sin ninguna vergüenza y sólo tratan de satisfacerse a sí mismos. Son nubes sin agua llevadas por el viento, árboles otoñales sin frutos, doblemente muertos y arrancados de raíz; olas bravías del mar, que arrojan la espuma de sus propias deshonras, estrellas errantes a las que está reservada para siempre la densidad de las tinieblas.
“A ellos se refería Henoc, el séptimo patriarca después de Adán, cuando profetizó: ‘Ya viene el Señor con sus millares de ángeles, para juzgar a todos y condenar a los impíos por las maldades que cometieron, y a los pecadores por las palabras insolentes que profirieron contra él’. Todos estos son murmuradores y descontentos que viven conforme al capricho de sus pasiones: su boca está llena de petulancia y adulan a los demás por interés.
“En cuanto a ustedes, queridos míos, acuérdense de lo que predijeron los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos les decían: ‘En los últimos tiempos habrá gente que se burlará de todo y vivirá de acuerdo con sus pasiones impías’. Estos son los que provocan divisiones, hombres sensuales que no poseen el Espíritu.
“Pero ustedes, queridos míos, edifíquense a sí mismos sobre el fundamento de su fe santísima, orando en el Espíritu Santo. Manténganse en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la Vida eterna. Traten de convencer a los que tienen dudas, y sálvenlos librándolos del fuego. En cuanto a los demás, tengan piedad de ellos, pero con cuidado, aborreciendo hasta la túnica contaminada por su cuerpo.
“A aquel que puede preservarlos de toda caída y hacerlos comparecer sin mancha y con alegría en la presencia de su gloria, al único Dios que es nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, el honor, la fuerza y el poder, desde antes de todos los tiempos, ahora y para siempre. Amén”. (Judas 1-25).
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