La visita de la Virgen María a su prima Isabel. Foto: Archivo
El 31 de mayo, la Iglesia Católica celebra la Visitación de la Virgen María a su prima, Santa Isabel.
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. (Lc 1, 39-45)
La manera en que Isabel saludó a la Virgen nos da a entender que el contexto de la fe y la salvación están a la base de ambas mujeres: “¿De dónde a mí el honor de que la madre de mi Señor venga a verme?”. Santa Isabel, bajo la acción del Espíritu, en unas cuantas frases confirma a María que su fe no será defraudada: “dichosa tú que has creído porque se cumplirá cuanto te fue dicho de parte del Señor”. En este momento puedo preguntarme: ¿Qué ha sucedido en mi vida que me haya provocado este entusiasmo de fe?”
Tal vez nunca me había planteado tal pregunta pero, en este caso, suele hacernos recordar el Señor algún acontecimiento que estaba en penumbras. Otros comentaristas han visto en la prisa de la Virgen un signo de servicialidad. Como el ángel le había dicho que aquella a quien llamaban estéril estaba ahora encinta, entonces la chica servicial corrió a ponerse a las órdenes de su prima. Esto también es muy bello, las experiencias buenas nos producen satisfacción y alegría, y nos disponen para procurarles a los demás experiencias semejantes. El hecho de que María se quedara allí por el resto de la gestación sería una indicación de que efectivamente pudo hacer algo por su pariente.
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