Me ha llamado la atención que últimamente me pregunten qué es y no es el pecado. En el caso de esta nota nos centraremos en la pregunta: ¿fumar es pecado?, pero antes reflexionemos sobre el tema.
Algo no se vuelve pecado porque lo dice la Iglesia, ni porque los sacerdotes lo afirmemos. El término pecado, usado por la Iglesia, surge de la reflexión de las Sagradas Escrituras y de la inspiración del Espíritu, no viene desde la tradición judía, ni de un catálogo (directorio o lista) de normas morales.
El pecado abarca toda una Tradición que nos va guiando en la distinción de lo que no debemos hacer, toda ofensa a Dios y al hermano. Pecado, pues, es todo aquello que rompe y nos aleja de Dios y del prójimo.
No todo lo malo es pecado. Si quiero saber si algo es pecado o no, debo preguntarme: ¿Me acerca o me aleja de Dios? ¿Me acerca o me aleja de mi prójimo?
Hay categorías y gran diversidad de pecados; de modo genérico digo que los hay de pensamientos, palabras, obras y omisiones. La conciencia misma nos lo puede indicar, nos puede decir: “la regaste” “fallaste”, pero tengo una conciencia moral y libre para, desde el amor y la caridad, hacer un juicio verdadero y de poder crecer en santidad.
El pecado no lo inventa la Iglesia, el pecado son las acciones, que en sí mismas se manifiestan como malas y dañinas.
Te digo que no, fumar no es pecado.
Fumar es dañino a la salud, simplemente pensemos en todo lo que dicen las instancias de salud, pero eso no lo hace pecado. Es una adicción que se debe evitar, incluso atender como tal.
Fumar tabaco tiene consecuencias dañinas para el organismo, estamos violentando nuestro cuerpo y también a quienes nos rodean. Como adicción, creo, debemos atenderlo y reconocer que no está bien jugar con nuestra salud.
No quiero caer en relativismos, ni maniqueísmos, la Palabra de Dios inspira la Doctrina de la Iglesia y no he encontrado espacio donde se afirme tajantemente que es pecado. Lo que sí me ha llamado la atención es que no debemos fumar. No hay una condenación, pero es claro que debemos prevenirlo y evitarlo, desde una conciencia recta y sincera.
También debemos evitar condenar a quien tiene este feo vicio y acompañarlo para que pueda superarlo.
Concluyo con una expresión que alguien me compartió: si les gusta y no dañan al hermano ni se alejan de Dios, que disfruten su cigarro. Como se dice del vino, todo con moderación, los excesos son los malos, hasta en el comer, dormir, reír y servir. Recordemos que Jesús vino a salvar al hombre, no a condenarlo; nos muestra el camino a la luz y nos invita a alejarnos de las tinieblas y la oscuridad.
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