Foto: Especial
Hace 511 años, justo en el segundo Domingo de Adviento, un predicador de la Orden de los Dominicos, Fray Antón de Montesino, abrió un camino de justicia al defender públicamente la dignidad de los indígenas. Su denuncia, considerada el primer grito de justicia en el Nuevo Mundo, lo convirtió en precursor de los Derechos Humanos en América.
Tras él vendrían otros grandes defensores, como Fray Bartolomé de las Casas, quien documentó la vida, obra e impacto del sermón de Montesino.
La escena ocurrió en la Iglesia Mayor de la isla caribeña La Española (hoy Santo Domingo). Desde un púlpito modesto, y basándose en un Evangelio de San Juan, Montesino se presentó como “una voz predicando en el desierto” ante los colonos que explotaban brutalmente a los indígenas, al grado de provocar su exterminio en el Caribe.
El escenario de nuestra historia fue el modesto púlpito de la Iglesia Mayor en la isla caribeña “La Española”, hoy, Santo Domingo, y se trató de un sermón que explicaba uno de los Evangelios de San Juan, y mediante el cual, Fray Antón de Montesino, con el respaldo de su superior y de todos los dominicos de la isla, se dibujó a sí mismo como “una voz predicando en el desierto”, ante los oídos sordos de quienes sobre explotaban a los indios al punto de que propiciaron su exterminio en el Caribe.
Montesino les echó en cara a los terratenientes su desmedida ambición, el trabajo forzado de los indios en las minas para extraer oro y su fatiga bajo un sol ardiente en los campos de cultivo donde eran explotados, por igual, ancianos, mujeres y niños. También les reprochó la mala alimentación que padecían los naturales, su desinterés por el bienestar y la salud, su apatía para que estas personas recibieran educación y fueran introducidos en la fe de Cristo. Aquella voz en el desierto fue el primer grito de justicia que se escuchó en el Nuevo Mundo.
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Era la antesala de la Navidad, el segundo domingo de Adviento, cuando se dio el primer paso hacia el reconocimiento de la dignidad de los indios, por el simple hecho de haber sido creados por Dios. A partir de su autoridad moral y religiosa, el predicador advirtió a los hacendados que vivían en pecado mortal y les aseguró que, a causa de la posesión de indios, del maltrato y de la explotación de esas gentes, todos ellos estaban en peligro de la condenación eterna de sus almas.
Con estas palabras y otras acciones, Fray Antón de Montesino y la primera comunidad de dominicos de América, pasaron a la historia al lado de otros grandes humanistas de su tiempo, como Erasmo de Rotterdam, Juan Luis Vives, el dominico Francisco de Vitoria, o Fray Bartolomé de las Casas, quien conoció y escuchó las predicas de aquellos religiosos que en “La Española” que iniciaron, no una leyenda negra, sino un camino de justicia, reconciliación, verdad y paz.
Desde entonces, Fray Antón Montesino es símbolo de la defensa de la justicia y de los Derechos Humanos, como lo afirmó la Conferencia del Episcopado Dominicano el 27 de febrero 2011.
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Antón de Montesino nació en España, en 1475. Ingresó a la Orden de los Predicadores en el convento de San Esteban en Salamanca donde hizo sus estudios, y al terminar su noviciado, profesó como religioso el 1° de julio de 1502, año en el que llegaron a “La Isabela” los primeros franciscanos.
Ya como sacerdote, fue asignado al Real Convento de Santo Tomás de Ávila en 1509, que era de reciente construcción, en compañía de fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo, fray Tomás de Fuentes y fray Domingo Velázquez.
Tras haber iniciado la defensa de los indios en “La Española”, se enemistó con los isleños quienes lo acusaron de predicar “en contra de los intereses de la Corona” y desprestigiado, regresó a su patria para defenderse de las calumnias y abogar por los aborígenes frente al rey y su Consejo.
Antón de Montesino jamás abandonó su ideario porque, además, estaba comprometido por mandato de la santa obediencia que le impuso su Vicario Fray Pedro de Córdoba. Montesino también misionó en San Juan (Puerto Rico), donde se enfermó y falleció en Venezuela el 27 de junio de 1540.
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