“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.” (Constitución Dogmática Dei Verbum N° 11).
El dogma (afirmación teológica que formula la Iglesia como una verdad que debe ser creída de forma absoluta por los católicos) de la inspiración de la Sagrada Escritura está ligada al dogma de la inerrancia bíblica (tema analizado en un artículo anterior que puedes leer aquí). Digamos que precisamente porque la Biblia es inspirada por Dios, contiene la verdad acerca de nuestra salvación. Pero con esto no se ha dicho todo. Hay que profundizar en el significado y consecuencias que esto tiene para la espiritualidad o vida cristiana de los fieles. No se trata de un asunto de poca importancia, ya que la Sagrada Escritura es piedra fundamental en la vida de la Iglesia, en la orientación ética y en la relación de intimidad con Dios. En la Biblia Dios nos habla y nos invita a la comunión de vida con Él.
Leer: ¿Por qué se dice que la Biblia es la Palabra de Dios?
Entonces, ¿qué debemos entender por “inspiración” en la Biblia? En principio, afirmamos que el Espíritu Santo suscitó, inspiró a los autores sagrados para que escribieran aquello y solo aquello que aprovecha para nuestra salvación integral como seres humanos. Y lo hizo no a modo de un “dictado” en el que el escritor bíblico se sentara para escuchar lo que el Espíritu le iba diciendo y él se remitiera únicamente a transcribir literalmente lo que iba escuchando. De este modo, el escritor bíblico (Isaías, Mateo, San Pablo, etc.) serían meros trascriptores y no verdaderos autores de sus textos. Dios no inspira de este modo, es más, eso no sería inspiración en el estricto sentido de la palabra.
Pongamos un ejemplo que puede ayudarnos a entender mejor. Supongamos que un pintor se encuentra frente a un lienzo en blanco. Está en una playa, las olas van y vienen con ritmo cadencioso y el sonido invita a cerrar los ojos y a relajarse. La brisa suave refresca el rostro del pintor. Él está enamorado y los recuerdos de su amada vienen a su mente, pero también “mira” escenas de su infancia, quizá las navidades pasadas en familia, el rostro de sus hermanos al abrir los regalos, escenas diversas de su vida. Entonces, se siente “inspirado” y empieza a trazar líneas coloridas en el lienzo, aún no sabe exactamente lo que quiere plasmar en su obra, pero de algún modo, su carácter, lo que él es como persona, sus sentimientos más profundos y lo que piensa de la vida se va reflejando a medida que pinta. Dios suscita sentimientos o pensamiento, ilumina la percepción del escritor bíblico para que descubra la voluntad de Dios en la historia y después, haciendo uso de sus habilidades, cultura, sensibilidad, experiencia e inspirado por Dios mismo, va tejiendo su particular teología y plasmando en su escrito aquello que es necesario para la salvación del hombre. Así, Dios, valiéndose de sus hagiógrafos (escritores sagrados) va tejiendo el tapiz de su revelación en la Biblia.
*Jorge Arévalo Nájera es Director de la Dimensión de Biblia y Extensión Formativa de la Arquidiócesis Primada de México.
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