El mundo de las apuestas es terreno peligroso para el alma.
Hace unos años fue conocido el caso de una persona que, luego de apostar y perder, argumentó que no pagaría porque apostar es pecado. ¿Esto es cierto?
En primer lugar, debemos decir que apostar puede ser o no pecado, y esto depende de las circunstancias. ¡Veamos!
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Apostar sin que haya dinero de por medio, sólo por jugar, puede considerarse una diversión del momento, algo para pasar el tiempo sin mayores consecuencias.
Apostar por dinero es diferente. Puede ser pecado si se emplea un dinero que debía haberse dedicado a otra cosa: a solventar necesidades de la familia, pagar sueldos, jubilaciones, etc.
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Ahora bien, como en todo lo relativo a la vida espiritual, hay que tomar en cuenta que en ocasiones el apostador no es dueño de sí mismo, ha caído en un vicio, se ha vuelto adicto al juego y a las apuestas, por lo que necesita tratamiento psicológico.
Con relación a lo ya apostado, el que perdió la apuesta debe procurar pagar lo prometido (dice el dicho que ‘deudas de juego son deudas de honor’), a menos que no tenga los recursos suficientes.
En este caso, no debe inventar pretextos sino hablar con la verdad y pedir que le perdonen la deuda o le permitan pagarla poco a poco (al terminar lo cual debe proponerse nunca más meterse en semejante lío).
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De cualquier modo, cuando se entra al mundo de las apuestas se entra a terreno fangoso, donde fácilmente se puede caer y cometer algo incorrecto. De ahí que lo mejor sea seguir el sabio consejo de aquel abuelito que pedía: ‘porfía, pero no apuestes‘.
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