¿La Biblia prohíbe adorar imágenes?, para responder a ello debemos ir a este versículo: “No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo, Yahvé, tu Dios soy un Dios celoso…” (Éxodo 20, 4- 5)
Para responder esta pregunta debemos ir más allá de la literalidad de la misma para darle cabal respuesta, porque la inquietud va más en la línea de saber si a Dios le disgusta que sus hijos utilicen imágenes en el ejercicio de su devoción espiritual.
En primer lugar, la respuesta a la pregunta es clara y contundente, Dios prohíbe tajantemente adorar imágenes. El problema no está en forjar imágenes, sino en “postrarse ante ellas”, es decir adorarlas. La razón es sencilla, sólo a Dios se le adora, sólo él es digno de que el ser humano se postre y le rinda su vida. Adorar seres inanimados (imágenes), constituye el pecado de la idolatría en su forma más primitiva y francamente no creo que eso sea común.
Respecto a la utilización de imágenes en la vida espiritual del cristiano, esto no constituye un problema siempre y cuando se tengan claras algunas cosas: la imagen (estampa, figura, objeto) es sólo eso, una imagen que representa a Dios, a la Virgen, a algún santo, etc., pero NO es Dios, ni la Virgen, ni un santo.
Un ejemplo muy sencillo nos puede ayudar a comprender esto; digamos que traigo en mi cartera la foto de mi madre (en paz descanse). Nunca pensaría que traigo a mi madre en la cartera, pero cuando saco su foto y la miro y la beso y platico con ella, en el fondo sé muy bien que estoy “mirando, besando y hablando” con mi madre que está en el seno de Dios.
Lo mismo pasa con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que tengo en mi oratorio. Cuando me pongo de rodillas ante la figura, realmente soy consciente plenamente de que me estoy postrando ante el Señor Jesús resucitado, que sólo a él adoro y no a la imagen, que sólo es un medio, un vehículo que me ayuda a referirme a Dios.
Somos seres corpóreos, no espíritus puros y necesitamos cosas materiales que nos representen o simbolicen lo divino. Por eso Dios nos toca con la materia de sus Sacramentos (el agua y el aceite del bautismo, las manos del Obispo sobre la cabeza y las manos del ordenando, las palabras audibles de los contrayentes ante el altar y la comunidad, el pan y el vino transformados en cuerpo y sangre del Señor, etc.).
Finalmente, debemos tener bien claro que la adoración es exclusiva para Dios. A nuestra madre María se le venera en grado sumo (hiperdulía), a los santos se les venera (dulía), y los objetos pueden ser consagrados o bendecidos para que sean vehículos eficaces que nos recuerden y refieran hacia lo divino. Recuerda este antiguo refrán; no confundas la Luna con el dedo que apunta hacia ella.
* Jorge Arévalo Nájera es Director de la Dimensión de Biblia y Extensión Formativa de la Arquidiócesis Primada de México.
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