¿Quién no ha oído hablar de Drácula, la famosa novela de Bram Stoker? Como es sabido, el protagonista de esta ficción gótica tiene como fuente de inspiración un hombre real: Vlad III, quien fuera príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. También era conocido como Vlad Tepes o Vlad el Empalador por su manera sistemática, cruel e inhumana de castigar a sus enemigos dejándolos clavados en estacas de manera vertical.
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Vlad Tepes nació en Rumanía en 1431, en una época de imperios o reinos expansionistas. Valaquia, junto con Moldavia y Transilvania, eran principados que se encontraban entre dos grandes potencias, la húngara y la turca (u otomana), de quienes recibían grandes presiones para asegurarse su apoyo militar, de manera que a veces eran aliados de Hungría y a veces de Turquía, según conviniera a sus intereses.
Para la segunda mitad del siglo XV, turcos y musulmanes buscaban desplazarse por el este de Europa y llegar a la Sede Apostólica para conquistarla. Por tal razón, para el año 1459 el papa Pío II convocó al llamado Concilio de Manuta, que buscaba reunir a los gobiernos de los pueblos representantes de la cristiandad para que le ayudaran a formar un frente de defensa.
El Sumo Pontífice contaba con 40 mil ducados, con los que pretendía reunir un ejército tal que pudiera dar la batalla. Pero el Concilio de Mantua recibió como respuesta la indiferencia total de los representantes de los gobiernos europeos, con excepción del rey Matías Corvino de Hungría y del príncipe de Valaquia, Vlad III, el Empalador.
Con el respaldo que ahora tenía de la Sede Apostólica, Vlad Tepes decidió liberar a su pueblo del dominio turco, que imponía fuertes impuestos a los no musulmanes. De manera que con su subversión se convirtió en un acérrimo enemigo del sultán Mehmed II, quien se propuso matarlo y tomar dominio de su territorio.
Al inicio de la acción rebelde de Vlad Tepes, algunos aristócratas valacos comenzaron a conspirar contra él. Así que, con el argumento de alcanzar acuerdos, los invitó a un banquete en la Pascua de 1459, reunión a la que asistieron unos 200 hombres junto con sus esposas. Apenas concluyó la cena, el príncipe valaco ordenó empalar a los de mayor edad y dejar vivos a los más jóvenes, a quienes usó como esclavos para erigir un castillo junto al río Arges.
Vlad Tepes repartió entre la gente del pueblo las riquezas de aquellos 200 hombres desafortunados, y de entre el pueblo también eligió a varios hombres para ocupar cargos en su gobierno. Así que, si para muchos el Empalador era un villano, para otros tantos era un héroe emancipador.
Su fama creció cuando, de la misma forma que hizo empalar a aquellos 200 hombres, aplicó igual castigo a otros miles, en su mayoría de Transilvania, quienes buscaban quitarlo del trono e imponer en su lugar a Dian III. Se dice que aquella noche, después de empalarlos, disfrutó cenando mientras los miles de ejecutados agonizaban a su alrededor.
El sultán Mehmed II, quien pretendía invadir la Sede Apostólica y además era irreductible en su propósito de matar a Vlad Tepes, contaba con un ejército de unos 90 mil hombres y la más potente artillería conocida hasta entonces por la humanidad. El Empalador tenía una cantidad mucho menor de hombres, pero era un gran estratega, que si algo sabía era infundir terror en sus enemigos.
Entre sus estrategias para ralentizar el avance turco hacia la capital de Valaquia -que era a lo que aspiraba mientras le llegaba la ayuda de Hungría-, Vlad Tepes utilizó la táctica de guerra de guerrillas, típica de los conflictos asimétricos, mediante ataques móviles a pequeña escala, con el objetivo de provocar confusión y desgaste en el ejército enemigo.
Asimismo, se dice que emprendió una guerra bacteriológica librando de las cárceles a decenas de hombres enfermos de sífilis, tuberculosis y otras enfermedades contagiosas, para después infiltrarlos en las filas enemigas vistiéndolos con los uniformes de los turcos capturados, a fin de propagar la enfermedad.
Además, en su repliegue por territorio valaco -ya que el Ejército Otomano era imparable-, incendió graneros con el fin de evitar que los hombres de Mehmed II tuvieran insumos para alimentarse, y envenenó pozos para hacer escasear el agua, a fin de que el ejército invasor no pudiera hidratarse y tuviera que retroceder.
Ya con un considerable avance de las fuerzas otomanas por territorio valaco, se dio un suceso clave que puso hielo a la envestida turca, el llamado Ataque de Targoviste -en realidad un contraataque sorpresa-, en el que el ejercito de Vlad Tepes mató e hizo prisioneros a muchos hombres, a los que luego empaló y dejó al descampado: según las crónicas de la época, se extendía un camino de 8 kilómetros de hombres empalados, lo cual horrorizó al sultán Mehmed II.
Vlad Tepes finalmente perdió la batalla frente al ejército otomano, y se vio obligado a huir con muchos de sus hombres hacia los montes Cárpatos, entre Valaquia y Transilvania. Sin embargo, con sus tácticas de horror psicológico mantuvo a raya a los turcos, frustrando su objetivo de invadir la Sede Apostólica.
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