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Cuando los libros parroquiales fueron registro de vacunas

Frente a la pandemia de COVID-19 y la esperada vacuna, en la cual ya trabajan más de 200 grupos de científicos en varios países, nos viene a la memoria el magistral trabajo de vacunación que realizó el Dr. Balmis en los territorios españoles del siglo XIX, y el papel que tuvo la Iglesia Católica al facilitar los libros parroquiales para que sirvieran de guía y registro para las vacunas.

En el caso de México, esta proeza le valió a Carlos IV que el artista Manuel Tolsá realizara una escultura ecuestre del monarca, mejor conocida como El Caballito, ya que bajo su gobierno se puso en marcha esta primera campaña mundial de vacunación.

Esta es una de las más grandes hazañas de la humanidad, protagonizada por el médico español Francisco Javier de Balmis Berenguer, quien llevó por el todo el mundo la vacuna contra la viruela en un amplio recorrido que duró de 1803 a 1814; es decir, 11 años de trabajos continuos.

Alejandro Von Humboldt, una de las mentes más brillantes de Europa en el siglo XIX, comentaba en 1825 aquella proeza: “Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia”. Y el propio descubridor de esta vacuna, el inglés Edward Jenner escribió sobre la expedición: “No puedo imaginar que en los anales de la historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que éste”.

El Dr. Balmis recibió la encomienda de reducir los altos niveles de mortalidad por viruela.

El viaje fue patrocinado con fondos públicos del imperio español autorizados por Carlos IV, y fue el médico de la Corte, el Dr. Balmis, quien recibió la encomienda de reducir a nivel mundial los altos índices de mortalidad que ocasionaba la enfermedad, principalmente en los niños. La propia infanta María Luisa había sufrido la enfermedad.

La expedición, considerada como la primera misión internacional sanitaria de la historia, salió del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, poco después de que el Dr. Jenner publicara sus primeras investigaciones sobre el tema, en 1798.

Dos años más tarde, la vacuna ya era conocida en España a través del Dr. Puiguillem, y para 1805, una Real Cédula ordenaba que en todos los hospitales españoles destinaran una sala para conservar el fluido vacuno.

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En tanto, el Dr. Balmis ideó una forma de conservar la cepa de la vacuna durante el trayecto por los territorios españoles de Ultramar, llevando consigo en el barco “María Pita” a 22 niños huérfanos de entre 8 y 10 años de edad, para que entre ellos se fueran pasando cada cierto tiempo la vacuna de uno a otro, mediante el contacto directo de pequeñas heridas realizadas en sus brazos por los médicos.

La expedición estaba integrada por el Dr. Balmis, dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras y la rectora del orfanato, Casa de Expósitos de La Coruña, Isabel López de Gandalia, además de los marinos necesarios para la navegación.

La embarcación transportaba material quirúrgico y por todas partes entregaban copias traducidas del “Tratado práctico e histórico sobre la vacuna de Moreau de Sarthe”.

La ruta que siguió el barco fue amplia. Brazo a brazo, la vacuna pasó de España a niños de las Islas Canarias, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas y China. Los niños de Puerto Rico no fueron vacunados porque estos fueron atendidos por la colonia danesa de Saint Thomas.

La distribución de la vacuna en América

Venezuela era una importante Capitanía General en aquellas amplias latitudes del sur americano, de modo que la expedición científica se dividió en el puerto de La Guaira, que era la puerta de entrada a unos 30 kilómetros de Caracas.

El Dr. José Salvany, considerado como el segundo cirujano más importante de la expedición, tomó camino hacia zonas selváticas de Colombia y del vasto Virreinato del Perú que abarcaba los actuales territorios de Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia.

Con toda clase de penalidades, pero también con invaluables triunfos, durante siete años realizó este grupo su noble labor al punto de que el propio Salvany murió en Cochabamba, Bolivia, en 1810, año en el que iniciaban en varios países de América los primeros movimientos independentistas.

Por su parte, el Dr. Javier Balmis trabajó en Caracas. Conoció al poeta y humanista Andrés Bello (1781-1810), quien le dedicó una “Oda a Balmis”. Posteriormente fue a La Habana, Cuba, donde vacunó a varios niños, iniciando una cadena sanitaria en la Isla en contra de la viruela.

En la Nueva España

Al Virreinato de Nueva España la expedición llegó a Yucatán en junio de 1804, y desde allí, el Dr. Balmis envió a su asistente Francisco Pastor para la Capitanía de Guatemala. Luego prosiguió para Veracruz.

En 1805 llegó a la Ciudad de México, después a Guadalajara y Oaxaca, y gracias al apoyo de las autoridades civiles y eclesiásticas, ésta llegó a Chihuahua, Sonora y Texas. Balmis aprovechó los libros parroquiales como registros y se valió de la infraestructura eclesial para lograr sus metas.

El Dr. Balmis ya había estado en nuestro país donde fue Cirujano Mayor del Hospital de Dios, y en 1790 también se desempeñó como Jefe de la sala de Gálicos del Hospital de San Andrés. También realizó estudios botánicos y médicos de dos plantas americanas: el agave y la begonia.

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En Acapulco, Guerrero, Balmis vacunó a 300 niños antes de partir con destino a Manila, en el archipiélago de las Filipinas, el 7 de febrero de 1805, acompañado de 25 niños huérfanos para que mantuvieran la vacuna viva durante la travesía del Océano Pacífico a bordo del navío Magallanes.

En Filipinas la expedición volvió a recibir la ayuda de la Iglesia local para organizar las vacunaciones y dar seguimiento a los pacientes, pero rechazó regresar a tierras mexicanas con el grueso de la expedición, prefiriendo continuar su viaje hacia la colonia portuguesa de Macao, en China, zarpando el 3 de septiembre de 1805 y a donde llegó el 5 de octubre. Posteriormente se adentró en la provincia de Cantón.

Ya de regreso a España, el Dr. Balmis convenció a las autoridades británicas de la isla de Santa Helena (1806) para que tomasen la vacuna.

Balmis murió en Madrid en 1819, tras haber entregado su informe de actividades e investigaciones al Museo Nacional de Ciencias Naturales.

Durante el siglo XVII, con una periodicidad de 20 años, hubo varios brotes de viruela y eventuales epidemias de tifo en México. La expedición del Dr. Balmis marcó un hito en la lucha contra las enfermedades entre los reinos de España.

 

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Carlos Villa Roiz

Estudió Periodismo y Comunicación Colectiva en la UNAM. Con 30 años de experiencia en periodismo, se ha especializado en la cobertura religiosa, trabajando en Televisa S.A. y Televisión Azteca. En 1997, recibió el Premio Nacional de Periodismo del Club de Periodistas de México. Ha realizado reportajes en cuatro continentes, incluyendo coberturas significativas como el Jubileo del año 2000 en Roma, los funerales de Juan Pablo II, el viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa y el Encuentro Mundial de la Juventud en Sydney. Fue Jefe de Prensa durante el VI Encuentro Mundial de las Familias en México. Además, ha colaborado en publicaciones como Época, Última Moda e Impacto, donde mantiene columnas sobre cultura religiosa. Ha escrito varios libros, entre ellos "El Agua del destino" y "Popocatépetl: Mito, ciencia y cultura". También es comentarista en programas de radio.

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