Todos los domingos, durante la Santa Misa, los católicos repetimos el Credo de los Apóstoles; y al hacerlo, invariablemente pronunciamos esta expresión: “Creo en la comunión de los santos”. Pero, ¿te has preguntado qué exactamente significa esta afirmación, que de entrada parecería decirnos que quienes han sido declarados santos y hoy están en el cielo se mantienen unidos entre ellos?
En realidad, la Comunión de los Santos no sólo tiene que ver con quienes han alcanzado la gloria y ahora están en la presencia de Dios uno y trino. La Comunión de los Santos tiene que ver con todos los bautizados, de todos los lugares del mundo y de todas las épocas.
Se trata de un dogma de fe establecido desde los primeros siglos del cristianismo, mismo que describe la unión espiritual de todos los cristianos, vivos y muertos, en un solo Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y cuya cabeza es Cristo.
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Al respecto, Santo Tomás de Aquino señala que, como todos los creyentes forman un solo Cuerpo Místico, el bien de los unos se comunica a los otros, y dado que Cristo es la cabeza, el bien que Él representa es comunicado a todos sus miembros mediante los Sacramentos.
Así pues, la Comunión de los Santos tiene dos significados estrechamente relacionados: la comunión en las cosas santas y la comunión entre las personas santas, vivas y difuntas.
La comunión en las cosas santas se refiere a la común unión de todos los fieles en los bienes espirituales, como la fe, los Sacramentos, los distintos carismas que hay en nuestra Iglesia y los actos de caridad que realizamos en favor de los más necesitados.
La Comunión en la Fe. En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos acudían asiduamente a la Enseñanza de los Apóstoles, a la Comunión, a la Fracción del Pan y a las Oraciones. De manera que la comunión en la fe que hoy vivimos la hemos recibido de los Apóstoles, y es un tesoro de vida que se enriquece cada vez que se comparte.
La Comunión en los Sacramentos. El fruto de todos los Sacramentos es pertenencia de la comunidad entera, ya que los Sacramentos -y sobre todo el Bautismo- son vínculos sagrados que unen a todos y nos ligan a Jesucristo.
Los Padres de la Iglesia señalan que el nombre de “comunión” puede aplicarse a todos los Sacramentos, puesto que todos ellos nos unen con Dios. Sin embargo, este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro Sacramento, ya que la Eucaristía lleva esta comunión a su culminación. La Comunión Eucarística es la que nos da Cristo y, en Él con su Cuerpo.
La Comunión de los Carismas. En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo reparte gracias especiales y diferentes entre los miembros de la comunidad, destinados la edificación de la propia Iglesia.
Es decir, que el Espíritu da a cada cual capacidades especiales para provecho común; o dicho de otra manera, para el bien de los demás, ya que en la Comunión de los Santos ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco nadie muere para sí mismo. Como se señala en Primera de Corintios 12, 26-27: si un miembro de la Iglesia sufre, todos los demás sufren con él; y si un miembro de la Iglesia es honrado, todos los demás toman parte de su gozo.
La Comunión en la Caridad. En la Comunión de los Santos, todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo un bien común; es decir, que el fiel debe estar dispuesto a socorrer al necesitado, a mitigar la miseria del prójimo.
Así pues, el menor de nuestros actos hecho con caridad -es decir, con amor -, repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos y difuntos, que se funda en la Comunión de los Santos. Pero de igual manera, todo pecado va en detrimento de esta comunión.
Sobre este segundo aspecto de la Comunión de los Santos, el Catecismo de la Iglesia Católica señala que hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles a tomar dominio de todo, una parte de sus discípulos se hallará peregrinando en la tierra; otros, ya difuntos, se estarán purificando; y unos más, ya glorificados, se hallarán contemplando claramente a Dios uno y trino.
Considerando lo anterior, la Iglesia está integrada por tres estados del ser cristiano: los que están vivos, a los que se les llama Iglesia Militante o Peregrina; los que están en el cielo, a los que se les conoce como Iglesia Triunfante, y por último los que, habiendo fallecido, se preparan para entrar en el cielo purificándose de sus pecados en el Purgatorio, y a los que se les denomina Iglesia Purgante.
Así pues, la Comunión de los Santos nos enseña que hay una relación permanente entre estos tres estados distintos de la Iglesia, y todos, aunque en grados y modos muy diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios.
Esta unión de la Iglesia Peregrina con los miembros de la Iglesia Purgante y con los de la Iglesia Triunfante jamás se interrumpe; sino que, por el contrario, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales.
La Intercesión de los Santos. Por el hecho que quienes integran la Iglesia Triunfante están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan con mayor firmeza a toda la Iglesia en la santidad. Ellos no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Por esta razón, Santo Domingo, sufriendo su agonía, señalaba a sus frailes: “No lloren por mí, les seré más útil después de mi muerte y los ayudaré más eficazmente que duramente mi vida”.
La Comunión con los Santos. La constitución dogmática del Concilio Vaticano II Lumen Gentium señala que los fieles no sólo veneramos el recuerdo de los que están en el cielo sólo por ser modelos nuestros, sino para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno.
De manera que, así como la unión entre los cristianos que integramos la Iglesia Peregrina nos lleva más cerca de Cristo, la comunión con los santos nos une a Cristo, del que emana -como fuente y cabeza-, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios.
La Comunión con los Difuntos. La Iglesia Peregrina, perfectamente consciente de la comunión de todo el Cuerpo Místico de Cristo, honra con gran propiedad el recuerdo de los difuntos, y también ofrece oraciones por ellos, pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos a fin de que se vean libres de sus pecados. Pero nuestra oración por los difuntos puede no sólo ayudarles a ellos, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
Así pues, en la Comunión de los Santos, los cristianos estamos unidos por un vínculo espiritual que transpone las distancias y los tiempos; y a tal punto es nuestra unión espiritual, que nuestros actos o intenciones pueden influir en la fidelidad o infidelidad de nuestros hermanos en la fe, ya sea en el presente, en el pasado y en el futuro.
Por la Comunión de los Santos, un acto virtuoso, abnegado o generoso puede convertirse en auxilio para otros cristianos que han tomado la ruta del pecado, aún sin que nadie lo vea. Así también, un acto pecaminoso puede tener consecuencias perjudiciales en los demás miembros de la Iglesia.
Asimismo, por la Comunión de los Santos se explica la ayuda que podemos recibir de aquellos que ya murieron y gozan de la presencia de Dios. Ellos pueden interceder por nosotros, pues de la misma forma que una persona de la Iglesia Peregrina quiere prestar los beneficios espirituales a sus hermanos en la fe, también aquellas almas que están en el cielo quieren ayudar a sus hermanos en la tierra; están ansiosas de que pidamos su intercesión, a fin de continuar ayudando desde el cielo a aquellos que peregrinan en la tierra.
Además, la Comunión de los Santos se aplica a quienes están en el Purgatorio, pues estas almas esperan ser purificadas de sus faltas y alcanzar la vida eterna. Por la Comunión de los Santos podemos ayudarlas a purificarse con mayor rapidez, a fin de que se unan a los Santos del cielo.
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