Mucha gente nos pide sugerencias acerca de cómo orar o de qué hablar con Dios en la oración.
Para responder a esta pregunta les presentamos un acróstico (una palabra cuyas letras colocadas en forma vertical, son la primera letra de nuevas palabras).
La palabra elegida para dicho acróstico es ÁGAPE, que en griego se refiere al amor perfecto del que ama dándolo todo sin esperar nada a cambio, como es el amor de Dios por nosotros.
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Esto significa que, por una parte, tu diálogo con el Señor sea por amor y con amor, no por pura conveniencia, no para ver qué le sacas. Y, por otra parte, que en tu oración haya siempre presente los siguientes elementos del acróstico de la palabra ‘ÁGAPE’:
Alaba a Dios por lo que es. Por Su grandeza, por Su belleza, por Su bondad. Piensa en las maravillas de la Creación y pregúntate, ¿por cuál de todas quiero alabarlo hoy?
Alabar a Dios te hace salir de ti mismo, dejar de enfocar tus miserias y problemas, y percatarte de todo lo bueno que Dios ha puesto a tu alrededor.
Al orar, dale gracias a Dios por lo que hace específicamente en tu vida.
Repasa tu jornada y ve agradeciéndole cada cosa que puedas recordar: no sólo lo bueno que te puso feliz, sino también lo aparentemente malo, porque Él lo permitió para algo: tal vez para hacerte crecer en humildad, paciencia o comprensión.
Repasa tu día y pídele perdón a Dios por todo aquello que hayas pensado, dicho, obrado o dejado de hacer, que no haya sido conforme a Su voluntad y misericordia; por todo aquello que no fue inspirado por su amor, sino por tu egoísmo, ira, resentimiento, injusticia, intolerancia…
Cuéntale tus cosas como se las cuentas a la persona con la que más a gusto platicas. Él te escucha siempre, no te juzga, no te condena, así que ábrele tu corazón.
La verdadera oración tiene que implicar necesariamente el diálogo, es decir, no sólo hablar, sino también escuchar.
Dios nos habla a través de Su Palabra, a través de las personas que te rodean, a través de acontecimientos que te suceden… el asunto es prestar atención, saber escucharlo.
La oración como diálogo te enseña a aprender a reconocer la voz de Dios en tu vida, la manera particular como te habla a ti.
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