Estamos viviendo una época de la humanidad confusa, sin certezas, sin compromisos, sin ilusiones, sin una guía segura, con muchas corrientes que nos confunden y utilizan, sin límites claros entre el bien y el mal. En resumen: vivimos como si Dios no existiera. Vivimos en una sociedad sin Dios.
Así, vivimos como en un tornado que nos lleva a donde no queremos y que nos quita hasta lo más valioso de nuestra vida: la certeza de que somos hijos amados de Dios y que Cristo ha dado su vida por nosotros.
Como miembros de una familia católica, y esto abarca a los abuelos, los papás, los hijos, los nietos, y nuestros parientes y amigos más allegados, tenemos una gran responsabilidad, porque si de verdad creemos que al final de esta vida nos espera la Vida Eterna junto a Dios Nuestro Padre y Señor, queremos que todos lleguen a esa misma meta: el cielo.
Por eso tenemos que ser testigos de nuestra fe, transmitiendo esta certeza con nuestra actitud, nuestra oración y nuestro testimonio silencioso, auténtico, comprometido que deje huella en los demás.
Y si queremos cumplir con nuestra obligación de ser testigos, tenemos que analizar la mejor manera de compartir nuestras certezas en la fe: Dios existe, es nuestro Padre y Creador, Jesús es nuestro Salvador y nos comparte su Espíritu Santo para que vivamos en su AMOR. Y la confianza que tenemos en la Virgen María nos da consuelo y guía.
Vamos a ver varios puntos que podemos mejorar:
¡Vivamos agradecidos con ellos, por el gran legado de la fe que con sus obras nos han transmitido¡ Ya nos han dado la estafeta de relevo generacional, no podemos perder la carrera de la fe.
Que nos sirvan de ejemplo los abuelos, para adecuar nuestras circunstancias y dar lo que el mundo, las familias y las personas no tienen: FE EN DIOS NUESTRO SEÑOR.
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