Entre los siglos XIII y XVI era común el secuestro. Algunos musulmanes interceptaban los barcos y tomaban cautivos a los cristianos para cobrar después un rescate por ellos. Lamentablemente no todos los familiares tenían dinero para pagar el rescate y muchos morían en el cautiverio. En esas circunstancias se inició la devoción a la Virgen de la Merced que tiene su origen en la noche del 1 de agosto de 1218, fecha en que, por separado, la Virgen María se apareció a tres hombres: San Pedro Nolasco, noble y rico francés; San Raimundo de Peñafort, teólogo dominico y predicador español, y Jaime I el Conquistador, rey de Aragón.
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Ella les pidió que fundaran una orden religiosa destinada a ayudar y redimir a los cristianos cautivos. Después de aquella aparición, los tres hombres se comunicaron entre sí y fundaron la “Orden de Nuestra Señora de la Merced, redención de cautivos”. Reconociendo el gran servicio que esta Orden prestaba a la Iglesia, el Papa le dio su aprobación e instituyó el 24 de septiembre como fiesta de Nuestra Señora de la Merced. Los miembros de la Orden visten hábito y escapulario blanco, y con el mismo hábito mercedario vistieron la imagen de la Virgen que sostiene en brazos al niño Jesús.
Era frecuente que los sacerdotes mercedarios hicieran una especie de trueque con los musulmanes. Mientras llegaba el dinero del rescate, solían tomar el lugar de los cautivos para que estos fueran liberados. Así lo hizo en muchas ocasiones San Ramón Nonato. Esto hizo que las grandes expediciones siempre estuvieran acompañadas por algún mercedario. En caso de posible secuestro, él era tomado como rehén hasta que se pagara el rescate solicitado.
En 1516, Hernán Cortés trajo en su expedición al territorio mexicano a un sacerdote mercedario: el P. Bartolomé Olmedo, quien fue el primer evangelizador. Murió en 1524.
Los religiosos evangelizadores llegaron a México en este orden: Franciscanos (1523), Dominicos (1526), Agustinos (1533), Jesuitas (1572) y Mercedarios (1574). Cuando terminó el problema de los secuestros en altamar, la misión de los mercedarios fue ayudar y atender las prisiones.
El convento de La Merced fue construido al oriente de la Ciudad de México y fue uno de los más suntuosos de la Nueva España, de estilo morisco, con influencia de tipo árabe. Presenta una arquería doble en el segundo piso decorada con motivos florales y arcos dentados.
Lamentablemente, la aplicación de las Leyes de Reforma ocasionó la demolición del convento y sólo el claustro se salvó gracias a la tenacidad del artista plástico Gerardo Murillo, mejor conocido como el Dr. Atl, quien habitó un tiempo el edificio para evitar su destrucción.
El barrio donde se levantó, en 1594, el monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos, era llamado coloquialmente el monasterio de La Merced y se caracterizó desde la época prehispánica por el comercio de alimento. A él llegaban en chinampas, desde Xochimilco, muchas flores y verduras a través del canal de La Viga que tenía una parada en la actual Calle de Roldán. A finales del siglo XVIII, casi todo el barrio era un gran mercado porque fueron desterrados los que se encontraban en el Zócalo. Es interesante mencionar que en el siglo XIX ahí se instalaba el circo.
En la década de 1860 se decidió ordenar a los comerciantes bajo un mismo techo y comenzaron a construirse los nuevos edificios. Así llegó a ser el principal mercado de mayoreo y menudeo de la ciudad. Entre 1870 y 1890 fue el centro de abasto más pujante donde comerciantes de diversos estados del país ofrecían su productos por toneladas. En el lugar convivían ricos bodegueros, comerciantes con menos recursos, los ayudantes con su “diablito” y el clásico grito: “ahí va el golpe”.
También era lugar de pordioseros que, aunque encontraban alimentos de sobra, preferían morir ahogados por el alcohol. El mercado ofrecía todo tipo de alimentos, animales vivos y otros elementos como: juguetes, ropa, flores, dulces, utensilios de cocina y limpieza e incluso cohetes. La explosión de estos últimos en 1988 mató a más de sesenta personas. La tragedia volvió a aparecer diez años después, cuando el 4 de mayo de 1998 un incendio destruyó dos terceras partes de la nave principal del mercado, resultando dañados 572 puestos. Un centenar de bomberos tardaron más de tres horas para controlar el fuego.
Los templos de la zona como Santo Tomás la Palma, San Pablo, Manzanares o La Soledad, han sido testigos de las alegrías y tristezas de transportistas, comerciantes, clientes, pepenadores, diableros, etc. En las cercanías de La Soledad se siguen vendiendo, al mayoreo, las palmas para el Domingo de Ramos y, en la fiesta de la Virgen de la Merced, cada 24 de septiembre, los comerciantes se organizan para que no falten las flores en su altar, las procesiones, los regalos para los clientes, música festiva y un gran baile popular. También en algunas prisiones festejan a la patrona de los prisioneros.
Lamentablemente, como si fueran un objeto más que se puede comprar, en La Merced se encuentran también mujeres que son obligadas a prostituirse y, lejos de ayudarles a salir de su problemática, los gobiernos prefieren desviar su responsabilidad creando “zonas de tolerancia” y corrupción.
En la Merced existe una plaza llamada “La Aguilita”, en donde los vecinos del barrio afirman, desde antiguo, que ese fue el lugar exacto donde los mexicas vieron al águila con la serpiente.
Muchos que acuden al café Bagdad, situado en esa plaza, no saben que esa tradición se inició a partir de un águila de metal que, desde el siglo XVI y hasta el XVIII, se encontraba en una fuente que aún existe en el lugar. Como suele suceder en México, cuando el área se convirtió en estacionamiento para transportes de legumbres, las autoridades la llevaron a Santo Domingo y de ahí literalmente “voló”. Algunos autores dicen que se desconoce su paradero y otros que se conserva en el Museo Nacional de Historia.
El crecimiento de la ciudad hizo necesaria la creación de la actual Central de Abasto en la zona de Iztapalapa. Esta se inauguró el 22 de noviembre de 1982. Muchos comerciantes emigraron al nuevo mercado y, aunque La Merced continuó con su actividad, ésta disminuyó notablemente.
Debido a la movilidad social y a la conversión de las habitaciones en bodegas, el arraigo de sus habitantes se ha ido perdiendo. Sólo el 20 por ciento de las familias que viven ahí son oriundas del lugar y 80 por ciento son gente nueva. Con este cambio se han ido olvidando las leyendas del lugar y la tradicional frase del lugar que rezaba: “ver, oír y callar”.
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