Para judíos y cristianos, Dios es Palabra que se comunica, que habla e interpela al ser humano, que le llama a la comunión de vida en el amor. En el Antiguo Testamento, y de manera particular en el Génesis, primer libro de la Biblia (en el orden que vienen presentados los escritos canónicos o sagrados), Dios crea a través de su Palabra (“Y dijo Dios…”). Es decir, su Palabra es generadora de orden, de sentido, de vida.
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Más adelante, Dios dialoga con Adan y Eva, representantes del género humano.
Posteriormente, inicia su historia de salvación comunicándose (hablando) con un singular individuo, Abraham, a quien le hará promesas (una tierra y descendencia incontable) destinadas a la humanidad entera. La Palabra pues, traza futuro trascendente.
Después vendrá la comunicación con Moisés para darle la misión de liberar al pueblo esclavizado en Egipto. Aquí la Palabra empodera, capacita y libera.
Más tarde, Dios continuará su plan de salvación dirigiéndose al pueblo a través de los reyes (pastores y guías) y profetas, que levantarán su voz en nombre de Dios para anunciar su salvación y su voluntad, denunciar el pecado y la infidelidad a la alianza de reyes, sacerdotes y del pueblo mismo, que se va tras los ídolos del dinero y el poder; de esta manera, edifica, corrige y construye una nueva realidad, acorde a su voluntad liberadora y sanadora.
¿Por qué Dios ha elegido intermediaros para hablar a su pueblo y conducirlo por los caminos de la santidad? No es posible dar respuesta a esa pregunta, lo que importa es abrirse a su voluntad y aprender a reconocerlo en el pastoreo y conducción de los pastores válidamente nombrados por él.
¿Debe entenderse literalmente la expresión bíblica “el Señor me habló” o “el Señor me dijo”, tan común en los profetas? ¿Literalmente Dios creó palabras audibles que sus destinatarios escucharon valiéndose de su sistema auditivo?
No, esa expresión debe entenderse metafóricamente en el sentido de que Dios, valiéndose de realidades creadas (acontecimientos, personas, lecturas, escenas de la vida cotidiana, etc.) dio un mensaje claro y contundente al profeta para que anunciara determinada realidad salvífica a su pueblo.
Así lo hizo el profeta Oseas, que descubrió en su relación conyugal, en su amor indestructible a su esposa y en la infidelidad de ella, el amor infinito, la misericordia y el perdón de Dios hacia su pueblo traicionero, y se sintió movido a comunicar esta verdad al pueblo de Israel.
Por eso, hoy podemos decir que Dios sigue hablando del mismo modo que antaño, sigue comunicándonos su voluntad a través de sus nuevos profetas, aquellos que saben discernir los signos de los tiempos y nos anuncian el mensaje de salvación; nos abren los ojos acerca de lo que estamos haciendo mal de cara al proyecto de salvación de Dios; nos previenen sobre los peligros que nos aguardan si seguimos caminando por esos senderos, y nos muestran el camino para que juntos edifiquemos una sociedad más justa y humana, acorde a la voluntad de Dios.
Finalmente, Dios también nos sigue hablando a cada uno de nosotros de manera personal, en la familia, en la oración, en la Eucaristía, en el encuentro fraterno con la comunidad y con los más necesitados o que sufren por algún motivo. Pero para escucharlo debemos abrir el corazón, buscarlo con sinceridad, meditar su Palabra y decidir involucrarlo definitivamente en nuestra vida.
*Jorge Arévalo Nájera es Director de la Dimensión de Biblia y Extensión Formativa de la Arquidiócesis Primada de México.
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