Durante las 10 persecuciones que hubo en el amplio Imperio Romano, los primeros cristianos fueron perseguidos y llevados a juicio bajo denuncia y señalamiento, de todo su proceso se levantaba un acta judicial, éstas son las llamadas actas de los mártires, que dan testimonio de la muerte de estos primeros cristianos.
Los cristianos eran juzgados por los tribunales cuyo verdugo procuraba que renegaran de su fe, principalmente bajo tortura. Si se les declaraba culpables, se les dictaba sentencia, a veces de muerte.
San Juan señalaba: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida (Apoc. 2, 10). San Mateo en su Evangelio (10, 23) decía: “Si los persiguen en una ciudad, huyan a otra”.
Todos aquellos cristianos tenían muy presentes las palabras de Jesús: “A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos; y todo el que me negare delante de los hombres, También Yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mateo 10, 32-33)”
Aquellos mártires cristianos querían ir al cielo con Jesús, a costa de la propia vida y muchos la perdieron en el Coliseo de Roma, donde cada año el Papa celebra el Viacrucis.
Se entiende por mártir al cristiano que ha dado su vida en testimonio de su fe; confesor, es el que la atestiguado ante un tribunal, pero no ha muerto por ella.
Son tres las categorías de cristianos según San Cipriano: los mártires ya coronados, los que han pasado por los tormentos y están próximos a recibir la corona celestial, y los simples confesores.
Tras continuas muertes de aquellos cristianos de los primeros siglos, muchos más procuraron rescatar estas Actas como reliquias de varios santos y trascendieron hasta nuestros días. Son una importante fuente de información de su fe y de lo que ocurría en aquellos días bajo el amparo de los emperadores.
Entre las Actas más destacadas que se conocen están las del siglo I: el martirio de Santiago y la prisión de San Pedro y San Pablo en Jerusalén; el incendio de Roma y los mártires de la nobleza romana bajo el gobierno de Domiciano.
De los mártires del segundo siglo: bajo el gobierno de Trajano, están los de Bitinia, San Simeón, obispo de Jerusalén; Santa Sinforosa y sus siete hijos; San Policarpo, obispo de Esmira; San Ptolomeo, Lucio y Oro, bajo Antonio Pío; Santa Felicidad y sus siete hijos; San Justino y sus compañeros; San Potino y los mártires de Lión; San Apolonio, San Carpo, Papilo y Agatónica.
Del siglo III destacan: Perpetua y Felícitas, y los mártires de Alejandría y bajo Séptimo Severo; San Pionio, San Máximo, San Pisdia, San Sixto, San Cipriano, Santiago y Mariano, San Marino, Malco y otros más.
Así se fue conformando el martirologio y las fechas litúrgicas de la Iglesia, y aunque a veces parezcan lejanas en el tiempo, son valiosos testimonios de fe que influyeron en que la Iglesia fuera creciendo y fortaleciéndose.
Otras actas importantes surgieron durante el gobierno de Diocleciano: Saturnino y muchos mártires de África, santa Irene, ágape, Quionia, Polión, Felipe, Crispina, Fileas, Andrónico y Claudio, Asterio bajo el gobierno de Galerio.
Gracias a estas Actas se conocen detalles de sus martirios y la lucha que enfrentaban las víctimas con sus verdugos en los juicios que eran verdaderos espectáculos públicos ante las chusmas romanas.
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