Halloween. Foto: Pixabay
Cada año, conforme se acerca el Halloween, las tiendas comienzan la venta de disfraces y dulces; en la televisión podemos ver más contenidos relacionados con temas de misterio o tenebrosos, y en muchos rincones descubrimos la decoración llamativa del terror que evoca esta fiesta.
La cultura del Halloween está tan inmersa en nuestra sociedad que se ha normalizado a tal grado que llegamos a participar en varios aspectos de este folclore.
Lo malo de esta fiesta es que se festeja el mal, la tiniebla, el miedo; es decir, todo lo opuesto a nuestra fe que exalta el bien, la amistad con Dios y la paz. ¿Qué debemos saber como católicos sobre el Halloween?
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En la Iglesia Católica, la Solemnidad de todos los Santos se celebra el 1 de noviembre y se empieza su festejo desde la noche anterior. Por ello, la noche del 31 de octubre, en el inglés antiguo, era llamada All hallow’s eve (víspera de todos los santos). Más adelante esta palabra se abrevió como “Halloween”.
Para entender su origen, tenemos que remontarnos siglos atrás: en el s. VI a.C., los celtas del norte de Europa celebraban el fin de año con una festividad llamada Samhain, que iniciaba la noche del 31 de octubre y que marcaba el fin de las cosechas. De hecho, esta palabra, proveniente del gaélico, significaba “fin del verano” y también marcaba el año nuevo celta.
Los celtas creían que la noche del 31 de octubre el dios de la muerte permitía a los muertos retornar a la tierra, fomentando un ambiente de terror. Una forma de evitar la maldad de los espíritus malignos, era disfrazándose para tratar de asemejarse a ellos y pasar desapercibidos.
Además, los druidas, antiguos sacerdotes celtas, encendían hogueras en las que arrojaban sacrificios para “equilibrar el mundo entre los vivos y los muertos”.
Cuando los pueblos celtas fueron cristianizados, no todos renunciaron a sus costumbres paganas, y la coincidencia cronológica de su fiesta con la celebración de todos los Santos y la de los difuntos, al día siguiente (2 de noviembre), hizo que las creencias cristianas se mezclaran con las antiguas supersticiones de la muerte.
Tiempo después y con el arribo de grupos irlandeses a Estados Unidos, se introdujo en este país el Halloween, y de ahí a todo el mundo.
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Según muchos testimonios de personas que practicaron el satanismo y luego se convirtieron al cristianismo, Halloween es la más importante fiesta para los cultos demoníacos porque es como una especie de “cumpleaños del diablo”; además, en esta fecha marcan el nuevo año satánico, día en que realizan rituales que incluyen sacrificios tanto de animales como de humanos, especialmente de niños.
Esta noche también suelen realizarse profanaciones a los templos para robar la Eucaristía y hacer ritos de ofensa hacia Dios.
El inicio de la frase dulce o travesura está en la persecución que se hacía a los católicos en Inglaterra, donde sus casas eran presa de amenazas y agresiones:
Enrique VIII inició la persecución de católicos en 1534, donde él se proclamaba jefe absoluto de la Iglesia de Inglaterra y declaraba traidor a toda persona que simpatizara con el Papa de Roma.
Hollywood ha contribuido con la expansión celebrativa del Halloween a través de sus películas, provocando muchas veces una idea errónea de la realidad.
Asimismo, las máscaras, disfraces, dulces, maquillaje y demás artículos son motivo para que algunos empresarios fomenten el “consumo del terror” y saquen su provecho económico de esta “moda” norteamericana.
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En los últimos años ha ido en aumento la celebración alternativa del “Holywins” (la santidad vence), que consiste en disfrazarse del Santo o Santa favorito y participar la noche del 31 de octubre en diversas actividades de la parroquia, como Misas, vigilias, grupos de oración por las calles, adoración eucarística, canto, música y baile en “clave cristiana”.
De esta celebración podemos conservar lo bueno y desechar lo malo. Asumirla y darle un sentido distinto, aprovecharla para evangelizar.
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