En el noviazgo todos buscamos crecer en el amor, conocernos mejor y, para los creyentes, caminar juntos hacia Dios. Pero también es cierto que hay actitudes y errores que, si no se corrigen a tiempo, pueden ir apagando la relación hasta terminarla.
Y ojo, no hablamos solo de peleas o diferencias, sino de actitudes que, si se repiten, terminan apagando el amor. Aquí te compartimos algunos de los errores más comunes que pueden destruir un noviazgo, y cómo enfrentarlos.
Al inicio todo es emoción, mariposas en el estómago y planes románticos. Pero el amor verdadero va mucho más allá: es una decisión diaria de entrega y fidelidad. Cuando creemos que basta la emoción, el noviazgo pierde raíces.
Un noviazgo que no se sostiene en la oración y en la fe es como una casa sin cimientos: puede venirse abajo con el primer viento fuerte. Poner a Dios al centro no significa rezar todo el día, sino caminar con Él en medio de la relación.
¿Cuántas discusiones nacen por no decir lo que nos molesta o por dar por hecho lo que el otro piensa? La comunicación es el puente que sostiene al amor. Sin ella, el noviazgo se llena de malentendidos.
Callar lo que molesta o dar por hecho lo que el otro piensa es un camino seguro hacia los malentendidos.
Una comunicación abierta, honesta y respetuosa es esencial para resolver conflictos de pareja. Es importante escuchar atentamente la perspectiva del otro sin interrumpir, y tratar de comprender sus sentimientos y necesidades.
Es fácil pensar que la persona que amas no tiene defectos, pero esa ilusión dura poco. El verdadero amor nace cuando decides amar también las sombras del otro, no solo su luz.
Nadie es perfecto. Amar es aceptar a la persona con sus virtudes y defectos, no con una imagen irreal.
El amor no es posesión ni vigilancia; es confianza. Los celos excesivos desgastan y lastiman. Revisar el celular, controlar con quién habla o dónde está no es amor, es inseguridad.
Los celos no protegen, desgastan. La confianza es la base de toda relación sana.
Cuando una pareja inicia su noviazgo, lo que más suele brillar es la complicidad: las conversaciones interminables, las risas por cualquier ocurrencia, los planes sencillos que se disfrutan como si fueran grandes aventuras. Esa chispa de amistad es, en realidad, lo que sostiene al noviazgo en los momentos en que la emoción del enamoramiento baja.
El problema aparece cuando la relación empieza a girar solo en torno al romance, a los besos y a los detalles románticos, olvidando lo básico: ser buenos amigos. Sin la amistad, el noviazgo corre el riesgo de volverse una relación frágil y superficial.
El respeto es uno de los pilares más firmes de cualquier relación, y en el noviazgo se vuelve vital. Solemos pensar que la falta de respeto se limita a gritos o insultos, pero en realidad puede aparecer de maneras más sutiles y dañinas: bromas que hieren, comparaciones incómodas, indiferencia hacia lo que el otro siente, coqueteos disfrazados en redes sociales —como dar “likes” o seguir a personas con esa intención— o incluso minimizar los sueños y esfuerzos de la pareja.
El problema es que esas “pequeñas” faltas van dejando huella. Una palabra que lastima puede olvidarse, pero el sentimiento que provoca —tristeza, enojo o inseguridad— se queda ahí, debilitando la confianza. Cuando el respeto se pierde, la relación comienza a desgastarse, porque el amor deja de sentirse seguro.
Respetar no significa estar siempre de acuerdo con el otro, sino aprender a decir las cosas con cariño, incluso en medio de una discusión.
El noviazgo no es una cárcel. Si cada uno no busca ser mejor, la relación se estanca.
Además, ninguna relación de pareja debería convertirse en una cárcel emocional. Cuando uno deja de lado sus sueños, amistades o proyectos solo por estar disponible para la pareja, se está cayendo en dependencia.
El amor auténtico busca que cada uno crezca y florezca, no que se anule en el otro.
Un noviazgo que nunca toca temas serios sobre el rumbo de la relación puede frustrar a cualquiera. Y en ese rumbo también está la familia: convivir, respetar, integrarse y soñar con cómo será la vida en común. Ignorar a la familia de ambos es cerrar los ojos a una parte esencial de lo que significa construir juntos.
Un noviazgo aislado se vuelve débil. Compartir la fe y la vida en comunidad es apoyo y testimonio.
Muchas veces, los conflictos surgen de problemas subyacentes no resueltos. Detrás de una discusión podría haber un desacuerdo sobre la distribución de las tareas domésticas o la falta de tiempo libre. Identifiquen la raíz del problema y trabajen en sanarla.
No hay que perder de vista que el noviazgo es un tiempo de aprendizaje y de crecimiento en el amor. Evitar estos errores no significa tener una relación perfecta, sino caminar con madurez, confianza y fe. Como decía San Juan Pablo II: “El amor no se acaba: se hace más grande”.
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