La deportista afromexicana Risper Biyaki Gesabwa quien vive discriminación ganó la medalla de Plata en los juegos Panamericanos de Lima 2019 y estuvo dentro de las 10 primeras posiciones en el 61 Relevo Anual de Mount Sac, en Torrance, California. No obstante, en vez de recibir aplausos y vítores, ha sido objeto de violencias, burlas y humillaciones. ¿El problema? Haber representado a México sin haber nacido aquí.
La corredora nació en Kenia, pero se naturalizó mexicana en 2018, por ello sus victorias han ensalzado a nuestro país, pero muchos connacionales en vez de alegrarse y felicitarla se enojaron y le echaron en cara que en realidad no era mexicana y le exigían que regresara a su país. En pocas palabras, la deportista afromexicana fue víctima de la discriminación que impera en México.
Tristemente, parece ser que la famosa sentencia de Chavela Vargas está muy lejos de ser realidad y, contrario a lo que muchos mexicanos creen, el racismo no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos, sino que está profundamente arraigado en nuestra sociedad.
El racismo en México está íntimamente ligado con la pigmentocracia que imperó en la colonia y que, desde entonces, no sólo no se ha desmantelado, sino que sigue reproduciéndose. La pigmentocracia son las creencias y las prácticas que reproducen discriminación con base en el color de piel. Esta discriminación la podemos encontrar tanto a nivel estatal, por ejemplo en la invisibilización de la población afrodescendiente, como a nivel personal, por ejemplo, cada vez que sugerimos o pensamos que casarse con alguien de tez más clara implica algún tipo de ascenso en el estatus social por “mejorar la raza.” Tristemente, hay mucha evidencia de cómo en México se discrimina por el color de piel en el trabajo, en la escuela y hasta en la familia.
Particularmente, un color de piel más oscuro, ser hablante de una lengua indígena o pertenecer a una población indígena o afrodescendiente, está fuertemente relacionado con provenir de orígenes sociales desaventajados y con tener menor acceso a oportunidades educativas, laborales y económicas. Es decir, aspectos que no tendrían por qué importar, terminan imponiendo barreras injustas para el desarrollo humano integral de estos sectores empobrecidos.
Y justo por ello es por lo que le importa a la Doctrina Social de la Iglesia. La discriminación o el racismo es un atentado contra la dignidad de la persona humana porque pretende no reconocer su sagrada valía interna. Impide la consecución del bien común de las personas que son víctimas del racismo, al tiempo que les obstaculizan el acceso a los bienes a los que desde la Creación misma tienen derecho, se les excluye impidiéndoles participar en la construcción del destino compartido y se actúa en contra de la solidaridad con la que deberíamos de construir una sociedad justa. Por ello, hemos de hacer un minucioso examen de conciencia y preguntarnos seriamente si con nuestras palabras, actos y omisiones hemos sido cómplices o perpetradores de racismo.
Escrito por: David Vilchis, coordinador se Investigación en IMDOSOC
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