Solemnidad de Cristo Rey.
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David, de la tribu de Judá, y le dijeron: “Somos de tu misma sangre. Ya desde antes, aunque Saúl reinaba sobre nosotros, tú eras el que conducía a Israel, pues ya el Señor te había dicho: ‘Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía’”.
Así pues, los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver a David, rey de Judá. David hizo con ellos un pacto en presencia del Señor y ellos lo ungieron como rey de todas las tribus de Israel.
Palabra de Dios.
/R/ Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
¡Qué alegría sentí cuando me dijeron:
“Vayamos a la casa del Señor”!
Y hoy estamos aquí, Jerusalén,
jubilosos, delante de tus puertas. /R/
A ti, Jerusalén, suben las tribus,
las tribus del Señor,
según lo que a Israel se le ha ordenado,
para alabar el nombre del Señor. /R/
Por el amor que tengo a mis hermanos,
voy a decir: “La paz sea contigo”.
Y por la casa del Señor, mi Dios,
pediré para ti todos los bienes. /R/
Hermanos: Demos gracias a Dios Padre, el cual nos ha hecho capaces de participar en la herencia de su pueblo santo, en el reino de la luz.
Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es, el perdón de los pecados.
Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él tienen su fundamento todas las cosas creadas, del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sin excluir a los tronos y dominaciones, a los principados y potestades. Todo fue creado por medio de él y para él.
Él existe antes que todas las cosas, y todas tienen su consistencia en él. Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo.
Porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz.
Palabra de Dios.
Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.
También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Palabra del Señor.
El reino de Cristo no tiene nada que ver con los encajes, las telas finas, los palacios y las ceremonias aterciopeladas que se transmiten por la televisión. De acuerdo con la lectura del evangelio de hoy, solemnidad de Jesucristo rey del universo, el reino de Cristo tiene que ver con la misión que cumplió el Señor de dar la vida por todos aquellos que habrían de salvarse como lo vemos en el breve diálogo entre Jesús y el buen ladrón que estaba crucificado junto a Cristo.
Las autoridades judías y los romanos reclamaban de Jesús la manifestación de un poder que le procurara la salvación a sí mismo, igualmente lo hacía uno de los ladrones que le decía “si eres el Mesías bájate a ti mismo y a nosotros”. Jesús nunca quiso prestar oídos a semejantes palabras. Jesús, en cambio, sí escuchó y respondió a la súplica del buen ladrón: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.
Recordar, tener presente y hacer todo lo que esté a su alcance para otorgar la vida eterna, eso sí es el asunto de Jesucristo en la cruz y como rey del universo. Las ceremonias de los reyes de este mundo pretenden hacérnoslos ver como aquellos que siempre están más allá de lo común y corriente. En cambio, el escenario de la crucifixión elegido por Jesucristo lo sitúa en el fondo de la escala social y, desde allí, levanta a todo el que quiera aceptar su señorío. “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Son las mejores palabras que podríamos escuchar de parte de nuestro Rey.
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