Evangelio según San Lucas: 16, 1-13.
Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo y andan diciendo: “¿Cuándo pasará el descanso del primer día del mes para vender nuestro trigo, y el descanso del sábado para reabrir nuestros graneros?”. Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo.
El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: “No olvidaré jamás ninguna de estas acciones”.
Palabra de Dios.
/R/ Que alaben al Señor todos sus siervos.
Bendito sea el Señor,
alábenlo sus siervos.
Bendito sea el Señor,
desde ahora y para siempre. /R/
Dios está sobre todas las naciones,
su gloria por encima de los cielos.
¿Quién hay como el Señor?
¿Quién iguala al Dios nuestro? /R/
Él tiene en las alturas su morada
y sin embargo de esto,
bajar se digna su mirada
para ver tierra y cielo. /R/
Él levanta del polvo al desvalido
y saca al indigente del estiércol
para hacerlo sentar entre los grandes,
los jefes de su pueblo. /R/
Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.
Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos.
Él dio testimonio de esto a su debido tiempo y de esto yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad.
Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’. El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Éste respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.
Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.
Palabra del Señor.
Este Evangelio nos presenta una parábola que a menudo desconcierta: un administrador deshonesto que, al ser despedido, actúa astutamente para asegurarse amigos que lo ayuden después. Jesús, lejos de condenarlo del todo, alaba su sagacidad. ¿Por qué?
Jesús no está aprobando la corrupción, sino resaltando la inteligencia y decisión con la que este hombre se movió ante una crisis. Lo sorprendente es que dice: “los hijos de este mundo son más astutos en lo suyo que los hijos de la luz” (v. 8). Es una sacudida. ¿Por qué quienes tienen fines egoístas se esfuerzan más por sus objetivos que los cristianos por el Reino de Dios?
La parábola es un llamado directo a revisar nuestras prioridades y nuestra forma de relacionarnos con los bienes materiales. Vivimos en un mundo que idolatra el dinero, el éxito y la seguridad económica. Pero Jesús es claro: “No pueden servir a Dios y al dinero”. El dinero, si no es bien manejado, se convierte en un ídolo que domina, divide y esclaviza. San Basilio advertía: “El dinero que guardas pertenece al pobre. El pan que reservas pertenece al hambriento”.
Muchos hoy viven con la falsa seguridad que da el acumular. Pero el Evangelio no condena tener bienes, sino el servirles. ¿A qué dedicamos nuestras energías? ¿Qué nos quita el sueño? ¿A quién realmente servimos con nuestras decisiones?
Hoy, Jesús nos invita a ser administradores fieles y creativos, no para sacar ventaja, sino para construir el Reino con inteligencia y generosidad. Santa Teresa de Jesús decía: “No es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia”. Si los hijos de este mundo son capaces de arriesgar todo por ganancias pasajeras, ¿cuánto más deberíamos esforzarnos nosotros por lo eterno?
También es una llamada a la coherencia: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho” (v. 10). No hay neutralidad posible. O vivimos para Dios, o para otra cosa. El Reino no acepta medias tintas.
Hoy, más que nunca, necesitamos cristianos astutos, comprometidos y valientes. Personas que pongan sus talentos, recursos y tiempo al servicio de algo más grande que ellos mismos. Porque en el fondo, esta parábola no es sobre dinero, sino sobre fidelidad y propósito.
Decide hoy a quién vas a servir… y vive con la audacia de quien ya ha encontrado lo que realmente vale la pena.
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