Jesús con sus discípulos
La noche de la liberación pascual fue anunciada con anterioridad a nuestros padres, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en que habían creído.
Tu pueblo esperaba a la vez la salvación de los justos y el exterminio de sus enemigos. En efecto, con aquello mismo con que castigaste a nuestros adversarios nos cubriste de gloria a tus elegidos.
Por eso, los piadosos hijos de un pueblo justo celebraron la Pascua en sus casas, y de común acuerdo se impusieron esta ley sagrada, de que todos los santos participaran por igual de los bienes y de los peligros. Y ya desde entonces cantaron los himnos de nuestros padres.
Palabra de Dios.
/R/ Dichoso el pueblo escogido por Dios.
Que los justos aclamen al Señor;
es propio de los justos alabarlo.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
dichoso el pueblo que eligió por suyo. /R/
Cuida el Señor de aquellos que lo temen
y en su bondad confían;
los salva de la muerte
y en épocas de hambre les da vida. /R/
En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo.
Muéstrate bondadoso con nosotros,
puesto que en ti, Señor, hemos confiado. /R/
De la carta a los hebreos: 11, 1-2. 8-19
Hermanos: La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores.
Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia. Por la fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, en tiendas de campaña, como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa después de él. Porque ellos esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Por su fe, Sara, aun siendo estéril y a pesar de su avanzada edad, pudo concebir un hijo, porque creyó que Dios habría de ser fiel a la promesa; y así, de un solo hombre, ya anciano, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como las arenas del mar.
Todos ellos murieron firmes en la fe. No alcanzaron los bienes prometidos, pero los vieron y los saludaron con gozo desde lejos. Ellos reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra. Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en busca de una patria; pues si hubieran añorado la patria de donde habían salido, habrían estado a tiempo de volver a ella todavía. Pero ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues les tenía preparada una ciudad.
Por su fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, se dispuso a sacrificar a Isaac, su hijo único, garantía de la promesa, porque Dios le había dicho: De Isaac nacerá la descendencia que ha de llevar tu nombre. Abraham pensaba, en efecto, que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos; por eso le fue devuelto Isaac, que se convirtió así en un símbolo profético.
Palabra de Dios.
Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 32-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.
Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.
Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.
Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.
El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.
Palabra del Señor.
Esta página evangélica posee una estructura bastante precisa para comprender el sentido de la «pequeñez» que caracteriza a una comunidad, y en ella, a cada discípulo. De ahí que, su estructura sea la siguiente:
v. 32: La seguridad divina del pequeño rebaño.
vv. 33-34: Dichos sapienciales sobre los bienes terrenos.
vv. 35-40: Parábola sobre la vigilancia.
vv. 41-48: Parábola sobre la responsabilidad confiada al criado (siervo).
El texto inicia con una pequeña invitación muy querida por san Lucas, bajo la expresión «No temas»; misma que es pronunciada hacia aquellas personas que han sido llamadas a una misión particular dentro de la Historia de la Salvación (Gn 15,1; Jos 8,1; Jue 6,23; 1Sam 23,17). En el evangelio según san Lucas se aprecia en el saludo que le dirige el ángel a María (1,30), despues en la gran noticia dirigida a los pastores, posteriormente, serán las palabras que Jesús dirá a Pedro (5,10) en el inicio de su vocación, y otros momentos más (Jairo Lc 8,50 y Pablo Hch 27,24).
A un lado de este saludo, están las palabras «rebañito mío», que tiene su comprensión en el texto de Isaías, en el que Dios es revelado como el «Pastor» de su pueblo (40,11); y que también es eco del magnífico Salmo 23. Dios es el Pastor que cuida a su rebaño con especial predilección, lo cuida y lo protege como ningún otro. De esta forma, Jesús hace presente la providencia del Padre, que no ha abandonado ni abandonará a su pequeño rebaño.
Bajo estas premisas, podemos inferir que la identidad de la comundad cristiana se desenvuelve bajo esta característica de la «pequeñez» que exalta la humildad de quien pone toda su confianza en el Buen Pastor y su Reino. La expresión «rebañito mío», en sentido evangélico, nos ayuda a recuperar el sentido de una Iglesia que es discípula y misionera, una comunidad que vive la misericordia divina en los momentos simples de la vida cotidiana. Cada familia, entonces, vinculada al misterio de la Eucaristía, se hace una «pequeña Iglesia», abriéndose a la escucha de la Palabra y en la vivencia de los valores que de ella emanan. La sencillez, pequeñez y humildad no son “slogans” de resignación o sentimentalistas, sino características de la espiritualidad cristiana vividas desde el amor del Crucificado, las cuales motivan a todo creyente a actuar de manera diferente a la mentalidad imperante de la sociedad: venciendo al odio con amor, la venganza con el perdón, la indiferencia con la compasión, etc.
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