"No temas; desde ahora serás pescador de hombres", dijo Jesús en el EVangelio.
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».
Palabra de Dios.
/R/ Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. /R/
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. /R/
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. /R/
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. /R/
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
El evangelio de este domingo tiene como eje transversal la vocación de los primeros discípulos; para ello, el evangelista Lucas detalla la escena y el contexto de este llamado: Jesús está a las orillas del lago predicando la Buena Nueva, y le pide a Simón su barca, estableciendo un primer contacto con el futuro apóstol.
Por otra parte, no puede pasar desapercibida la expresión usada por Lucas «se sentó en la barca» dando a entender que Jesús no es cualquiera que está enseñando, sino que es el Maestro que hace Cabeza y tiene plena autoridad en la palabra que comunica (en griego epistátes).
Ahra bien, nos encontramos ya en la conclusión laboral de los pescadores, recordando que, el mejor tiempo para la pesca ocurre en la noche. Tenemos entonces que, ha sido una jornada de cansancio y desilusión porque ha sido una noche estéril: «hemos trabajo toda la noche, y no hemos pescado nada».
De este modo, tiene lugar, la palabra dirigida a Pedro, por parte de Jesús: «Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar». Nos encontramos –lo más probable– en los albores del amanecer, ya las redes, seguramente están lavadas; teniendo además en consideración que, Simón es experto en la pesca. Él sabe que ya no es momento y que un cansancio los abruma. ¿Qué dirán los colegas? La clave está en su respuesta a Jesús: «confiado en tu palabra (en tu nombre) echaré las redes». Podríamos suponer que es una expresión de fe, pero más que ello, es una forma de delegar una responsabilidad en Jesús por si la pesca resulta un fracaso. Por eso, al término de esta pesca milagrosa, Simón Pedro, cae de rodillas –mostrando un arrepentimiento– con la confesión de su miseria: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador».
El pasaje nos ilustra en que lo decisivo en la vocación cristiana es el encuentro con Cristo. Sólo en Él se transforma la esterilidad de nuestra indiferencia, en la fecundidad de un compromiso que tiene su razón en la Caridad de Dios. Sólo en el Señor es posible pasar las oscridades de un cansancio y de un sinsentido, a una existencia que comparte el amor del Señor que nos llama a una vida nueva.
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